Los abrazos activan
la química cerebral
del bienestar, la calma
y la alegría,
incluso a largo plazo
Los niños “tocan base” cuando están corriendo alegremente y,
de repente, se sientan en el regazo de mamá o de papá, se
apoyan en ellos o buscan algún tipo de contacto.
Esta actitud puede durar segundos, o apenas unos minutos.
Enseguida vuelven a sus juegos. Esto se llama “reabastecimiento
emocional” y sirve para crear un precioso equilibrio químico en sus
cerebros. Si tu hija o hijo se comporta así contigo, te hace un
gran cumplido: te considera una fuente natural de opioides cerebrales.
Tanto nuestro cuerpo como nuestro cerebro secretan hormonas,
poderosas sustancias químicas que nos pueden hacer sentir
muy bien o muy mal. Normalmente, pensamos en las hormonas
solo en relación con nuestra sexualidad, pero existen muchos
tipos que nos afectan de muchas maneras en nuestros
sentimientos, percepciones y comportamientos.
Un paraíso hormonal
Candace Pert afirma: “Cada uno de nosotros tiene su propia
farmacia de lujo al precio más económico, que produce todos los
medicamentos que podemos necesitar para el buen funcionamiento
del cuerpo y la mente”. Las hormonas y sustancias que nuestros
cuerpos y cerebros producen nos permiten prosperar. El problema
es que, por culpa del estrés en la infancia, mucha gente nunca
encuentra los medicamentos más sofisticados de la “farmacia de la mente”.
Cuando en el cerebro predominan los opioides y la oxitocina,
el mundo es un lugar cálido y acogedor.
Cuando se activan conjuntamente estas sustancias neuroquimicas
nos pueden generar la más profunda sensación de calma y
satifacción, y la capacidad de hacer frente a todas las tensiones
de la vida. Si proporcionas a tu hijo muchas experiencias tempranas
de sosiego afectuoso, conocerá el repetido predominio de los
opioides y la oxitocina en su cerebro. Se sentirá seguro, tranquilo
y amado. Será más capaz de: saborear las cosas, disfrutar del
momento y seguir adelante sin aferrarse a las situaciones.
Si experimenta esos estados neuroquimicos regularmente, saludará
al mundo con interés y regocijo, y no con miedo y recelo.
Es más, al mismo tiempo reunirá fuerzas para hacer frente
eficazmente a los momentos dolorosos y estresantes de la vida,
que ningún ser humano puede evitar.
Un infierno hormonal
Si un niño experimenta a menudo miedo y rabia en la infancia,
sentimientos que pueden derivar de un estilo de crianza estricto
que conlleva gritos, ordenes, críticas y expresiones faciales iracundas,
la secreción de opioides y oxitocina puede quedar bloqueada en su cerebro.
Sin el alivio de la calma, el consuelo y el cálido afecto físico, su cuerpo
y su cerebro se acostumbrarán a unos niveles altos de cortisol,
adrenalina y noradrenalina, sustancias químicas que producen las
glándulas adrenales en los momentos de estrés. Como resultado,
el niño se puede sentir amenazado e inseguro en todo momento.
Cuando el cuerpo y el cerebro contienen elevados niveles de la
hormona cortisol durante largas épocas, el mundo se
convierte en un lugar hostil.
El alto nivel de cortisol nos hace sentir abrumados, temerosos
y desdichados, tiñe nuestros pensamientos, sentimientos y
percepciones con una sensación de amenaza o terror inminente,
como si todos nuestros actos fueran demasiado graves.
También la adrenalina y la noradrenalina pueden incidir fuertemente
en nuestro estado de ánimo. Obligan al corazón a latir con más fuerza,
al hígado, a secretar glucosa, a los tejidos adiposos, a liberar
sustancias grasas y a los músculos, a movilizar las reservas
energéticas. Cuando se encuentran en sus niveles óptimos, estas
hormonas nos mantienen alerta y con la mente despejada; sin
embargo, como el cortisol, cuando se activan en exceso nos producen
ansiedad, enfado o ambas cosas. No podemos desprendernos
de una sensación de amenaza.
Las investigaciones demuestran que las experiencias infantil más
tempranas determinan en gran medida si se verán regularmente
afectados por elevados niveles de sustancias estresantes cuando
sean mayores. En este caso, la persona vivirá un infierno en
la tierra, un estado persistente de hiperexcitación. Se sentirá
amenazada gran parte del tiempo.
Por desgracia, esa sensación de inseguridad se puede convertir
en su forma de entenderse a sí misma y a los demás. Como
resultado, vivirá en un estado crónico de desconfianza y adoptará
una de estas dos posturas fundamentales: huirá de la vida
o librará una guerra contra ella.
El contacto físico libera oxitocina, la hormona del
amor, la calma y la sanación.
No podemos inyectar oxitocina a los niños y adultos, porque
la sustancia no viaja al cerebro. Tampoco la podemos administrar
por vía oral. ¡Solo el cálido contacto humano puede activar en el
cerebro la liberación de estas sustancias! Si queremos que los
niños sean capaces de sentirse tranquilos y seguros en el mundo,
debemos asegurarnos de que el contacto físico reconfortante y
el consuelo físico cuando hay estrés formen
parte integral de su vida.
Cualquier tipo de contacto físico cálido entre padres
e hijos tiene efectos positivos.
Los abrazos y los mimos, los pequeños apretones afectuosos,
los masajes infantiles y dormir en los brazos de mamá tienen
un efecto maravilloso en los pequeños.
Todos estos momentos compartidos con una madre o un padre
afectuoso activan los opioides y la oxitocina en el cerebro infantil.
Cuando el niño reposa junto a una madre tranquila, habrá una
cascada de oxitocina y opioides en su cerebro. Esto será delicioso
y satisfactorio para ambos. Para que esto ocurra, es importante
que la madre esté relajada. Hay que controlar los estados de ánimo,
porque estar junto a la niña o el niño estando ansiosa o tensa
provocará en ella o él la secreción de sustancias químicas estresantes.
Los asombrosos efectos del contacto físico en el cerebro son
también poderosos en los niños mayores.
Es más, si sigues la costumbre de mimarles hasta la adolescencia
(mientras te lo permita, desde luego), habrá muchas menos
tensiones entre vosotros cuando sea adolescente. Es así
porque la oxitocina activada por los mimos conservará el lazo
opioide y la relación de confianza durante mucho más tiempo.
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Fuente: La ciencia de ser padres