EL PODER CURATIVO
DEL PERDÓN
Diálogo entre Yoguina, Darío y Néor.
Darío: Se habla mucho del perdón y sin embargo cuanto más
seguros estamos acerca de nuestras opiniones, más cuesta entender
esta especie de resignación cristiana que tiende a negar nuestros
sentimientos genuinos en nombre del perdón
¿Qué opina usted de este tema?
Néor: Para la sociedad urbana de este siglo, hablar del perdón
sugiere una especie de pesada y obligatoria carga de corte
religioso antiguo, en la que se adoptan actitudes de una artificial
tolerancia, un reconocimiento de que el ofensor tiene razón,
e incluso también, un forzarse a sonreír poniendo la resignada
mejilla ante quien sentimos interiormente que
se merecería una bofetada.
Darío: Justamente a eso me estaba refiriendo...
Néor: Sin embargo, el perdón no es eso, sino más bien la liberación
de una atadura emocional al pasado, de una rabia sutil pero
inconscientemente atormentadora, y sobre todo, de un enganche al
odio que perjudica y enferma al sujeto que lo emite.
Yoguina: El Mahabharata dice: “La conservación de la especie
se debe a que el hombre sabe perdonar". La historia del hombre
descansa en una constante ejercicio de comprender y transmutar ofensas.
Néor: El perdón no significa necesariamente una justificación de la
conducta ofensiva, ni por el contrario un ablandamiento de los propios
criterios de relación humana. Cuando uno, por ejemplo, perdona
a un amigo con quién no desea relacionarse, no está obligado a
volverle a llamar o expresarle que ha sido perdonado. Asimismo cuando
un amante separado perdona a su pareja, no significa que deba
volver a vivir con ella ni que debe cambiar aquellos planes dirigidos
a crear su nueva forma de vida. En este sentido perdonar no significa
que la otra persona tiene razón y que uno se equivoca, sino que más
bien muestra que hay otra manera de mirar el mundo.
Darío: Y ¿en qué consiste ese sentimiento tan liberador?
Néor: El perdón puede calificarse como una decisión y como un
acto íntimo de alta magia, ya que para accionar la desconexión
emocional del daño y el resentimiento, en
muchos casos inconsciente, es menester ascender a un plano
de visión global y, desde ese "trono" observador y neutral, en
el que se suspende el juicio, tratar de atestiguar que la mente
humana actúa en función del amor o el temor que
en cada momento experimenta.
Desde la mencionada posición de observador, se puede concluir
afirmando que cada uno de nosotros ha hecho las cosas como
mejor ha podido. La acción humana discurre en función de los
más íntimos miedos, anhelos, deseos, frustraciones, esperanzas,
vergüenzas y amor, que experimenta nuestro niño interior a lo largo
del camino y, su particular diseño de aprendizaje y evolución.
Yoguina: Les invito a reflexionar acerca de la naturaleza de la elección.
Les relataré un cuento de Sabiduría Milenaria: EL COFRE.
Hace muchos, muchos años, en una rica comarca más allá d
e los mares del Norte, hallábase un rico y sabio comerciante de
nombre Abdul, que vivía enamorado de Sara, una bella y joven
muchacha, 22 años más joven que él con la que vivía y compartía
una casa plena de paz y prosperidad.
Como quiera que por causa de sus transacciones tenía que
desplazarse a lejanos países durante largos períodos de tiempo,
había encomendado a su fiel criado Malik la protección y el
cuidado de su joven esposa, mientras durase su ausencia.
Un día, recién llegado de un viaje por los mares de sur y
sintiendo su corazón pleno de deseo por encontrarse con su
amada esposa, vio como se aproximaba su fiel criado Malik
que, corriendo a su encuentro, le dijo algo turbado:
"Vuestra esposa, señor, está actuando sospechosamente,
en sus aposentos tiene un enorme cofre que perteneció a su
abuela, suficientemente grande como para esconder a un hombre.
Tal vez en él solo habrá unos bordados antiguos. Sin embargo
creo que ahora debe haber mucho más en él... Ella no permite
que yo, vuestro más antiguo y fiel criado, averigüe
qué hay realmente en su interior".
Abdul, visiblemente inquieto se dirigió a los aposentos
de Sara y señalando el enorme cofre le dijo:
"Sara: ¿qué guardas en su interior?"
A lo que ella respondió:
"¿Me lo preguntas por las sospechas que puede haberte
transmitido tu criado o porque no confías realmente en mi?"
A lo que Abdul respondió:
"¿No sería más fácil que abrieras el cofre,
sin pensar en suposiciones?"
"No creo que sea posible", argumentó Sara.
"¿Está cerrado?" Preguntó Abdul.
" Sí " Dijo ella.
"¿Y donde está la llave?" Preguntó él.
Ella la mostró y le dijo:
"Despide a Malik y te la entregaré".
Tras una deliberación, el sirviente fue despedido por Abdul.
La mujer entregó la llave y se retiró obviamente perturbada; Abdul,
antes de ordenar abrir el cofre y, sabiendo del poder de sus propias
creencias internas, se retiró a meditar y reflexionar durante tres
días y tres noches, hasta que finalmente llamó a cuatro de sus
jardineros, ordenó transportar el cofre a un lugar distante y, sin
abrirlo, mandó enterrarlo. El asunto nunca más fue mencionado.
Desde entonces se dice que el hombre sabio decide lo que
quiere que suceda en el interior de su corazón sembrando y
cultivando rosas o bien arbustos de espinos.
Darío: En realidad la persona ofendida está atada por el
resentimiento, y en cierto modo, esclavizada al ofensor.
Néor: Así es. Conviene recordar que el juicio ata y
el perdón libera. Sin embargo, en
muchas ocasiones la mente racional prefiere tener
razón a tener paz. Para perdonar
conviene huir del perfeccionismo y la falsa seriedad,
y comprender que los errores son
auténticas oportunidades de crecimiento y no
justificaciones de la desaprobación.
Darío: En este sentido pueden traerse a
colación las palabras de Ghandi: “No he encontrado
a una persona de la que no tuviera algo que aprender”.
Pero de no sentir lo que dice Ghandi, ¿no puede subyacer
una cierta arrogancia en el que perdona?
Néor: Perdonar no es adoptar una actitud de superioridad,
sino que más bien supone reconocer la naturaleza esencial
del otro YO. Perdonar es lograr superar el plano psicológico
en el que se actúa desde las múltiples subpersonalidades,
encarnadas por nuestros más íntimos prototipos de ofendido,
vengador, temeroso, héroe e incluso santo y muchos otros más.
Darío: Un yo más allá de las sub-personalidades y roles...
Néor: Curiosamente en una región africana, es costumbre
saludarse con la palabra sawubona que significa "te veo".
Estos sabios nativos utilizan el "te veo" no refiriéndose al -tú-
corporal sino al Yo puro, reconocido como esencia, más allá de
los roles. Todos estos personajes o "yoes" inferiores que
habitan la psique del hombre, cuando están bajo las cotidianas
presiones emocionales, actúan desde las dos funciones básicas
de placer-dolor y amor-miedo, que utilizan para su
programa de supervivencia general.
Darío: En realidad perdonar es un cambio en nuestra
propia gafa de ver lo esencial ¿No es así?
Néor: Perdonar supone encontrar otro modo de mirar la realidad
del comportamiento. Se da el caso de que, en general, todos los
seres humanos, aunque no sintamos necesidad de perdonar
a nadie, poseemos un cúmulo de resentimientos más o menos
conscientes, incluso contra nuestros padres, bien sea por las
expectativas no cumplidas, o por las exigencias no satisfechas;
en este caso el perdón nos sirve de misterioso mecanismo con
el cual cortamos el cordón umbilical y quedamos libres de
continuar exigiéndoles un amor que ellos no pueden darnos.
Yoguina: "La compasión es la capacidad de ver cómo es todo".
Néor: Asimismo el perdón a la pareja subyace en toda relación
matrimonial, ya que allí donde haya compromiso y convivencia,
suele decirse que éste "te muele" o "te pule",
pudiendo asimismo afirmarse que el matrimonio así
como "regala también crucifica".
A este respecto, decía Confucio que: Sin fricción no se
puede pulir una piedra preciosa, haciendo referencia a que sin
adversidades no se puede perfeccionar un hombre. Reconozcamos
que el perdón es el material del que están hechas las grandes relaciones.
Yoguina: En cierto modo no cabe amor sin perdón: "El
amor es un acto de perdón eterno".
Néor: Es también muy frecuente que tengamos que perdonar
a nuestros hijos, a veces por parecerse al ex cónyuge o,
incluso por parecerse a uno mismo. En este sentido hay que
entender que "e-ducar" significa sacar de dentro afuera, en
contraposición a "ins-truir", que significa poner dentro. Si
hay algo que merece la pena subrayar de la educación es
el refuerzo de la autoestima en el niño y la constante
confirmación de que es una persona fabulosa.
Incluso en ocasiones también podemos sentir rabia
contra Dios, al que atribuimos la última responsabilidad del
mal y la injusticia del mundo, aunque dicho enfado signifique
que tenemos un Dios falso. Sin embargo esta rabia puede
ser muy creativa porque ayuda a derribar nuestras
falsas imágenes de Dios.
Darío: ¿A qué se refiere exactamente?
Néor: Que en última instancia el único perdón que aglutina e
integra todos los pequeños perdones es el perdón a uno mismo,
que en esencia es aprender a amarse y aceptarse pase lo que
pase. Perdonarse a uno mismo es un fabuloso nacimiento en
donde muere la vergüenza, la culpa y la autocrítica que, en
general, suelen aplazar al perdón diciendo: "Dejaré de
sentirme culpable si las cosas salen bien".
Darío: Pero la culpa también puede ser
recomendable en una cierta dosis.
Néor: La culpa sana nos impone límites que indican si nuestra
conducta o motivación es correcta o incorrecta, pero cuando
a esta clase de culpa no se le hace caso y, pasan los
meses o años y el sujeto se ve sumido en sentimientos de
culpabilidad por decisiones tomadas años atrás, esa misma
culpa deja de ser sana y se convierte en tóxica. En ese caso,
en lugar de maltratarnos por lo que hemos hecho, podemos
ver que las decisiones que tomamos fueron las que
nos parecían mejores y más seguras.
Darío: La culpa tóxica parece perseguir
a las personas perfeccionistas...
Néor: En la tipología de la persona perfeccionista suele
faltar la vitalidad y el placer verdaderos. Es por ello que
sería bueno formularse la pregunta:
¿Prefiero la perfección o la vida?
"¿Prefiero la perfección o la vida?"
Darío: ¿Y qué me dice del
resentimiento de los enfermos?
Néor: Que también existe otra necesidad en el proceso de
superación y sanación que es la de perdonar al propio cuerpo,
perdonarlo en la salud y en la enfermedad, aceptándolo tal
como es. En una sociedad que está dirigida a idolatrar a la
juventud, hay un escaso reconocimiento de la
belleza física de los ancianos.
El hecho de perdonar conscientemente a nuestro cuerpo por
envejecer, inicia el proceso de reevaluación de
los pilares esenciales de la vida.
Darío: ¿Supone la rabia y el odio una forma
de estrés para nuestro organismo?
Néor: Cuando estamos estresados, el cerebro fabrica
péptidos, o moléculas transmisoras que transforman sentimientos
en reacciones químicas que influyen en la conexión del cuerpo
y la mente, y en la producción de hormonas y endorfinas.
Es por ello que cuando la rabia se mantiene y reprime
durante mucho tiempo, el sistema inmunológico se deprime.
El Dr. Deepeck Chopra afirma en este sentido que: "No
hay pensamiento torcido sin molécula torcida". Sucede
entonces que las quejas contra uno mismo, los demás
y la vida, en general, resultan absolutamente tóxicas; una
especie de virus en el programa pensante. En estos
casos, el poder curativo del amor, el perdón y la alegría,
pueden ser nuestra más potente medicina.
Darío: Y bien ¿qué puede facilitar
este sentimiento tan sanador?
Néor: Para intentar perdonar en los casos difíciles conviene
abrirse a la Gracia y, para ello, hay varias maneras que lo
facilitan como, por ejemplo: La oración, o diálogo con
un Principio de Orden Superior, la meditación o ejercicio
de atención a la respiración y, la práctica de
observación de los pensamientos.
También pienso que ayuda el hecho de hacer consciente
la gratitud como proceso de reconocimiento sobre la
bendición que supone la oportunidad
de la autoconsciencia en la vida.
Fuente: José María Doria