«El mejor regalo
que puedes hacer
a tu hijo es ayudarle
a entrenar el
cerebro en positivo»
Doscientas cincuenta pequeñas rutinas que podrían cambiar
tu vida amorosa, laboral, familiar... y, sobre todo, contigo mismo. Esta
es la última propuesta editorial de Elsa Punset con «El libro de las
pequeñas revoluciones» que, por cierto, no es una obra para leer de
un tirón. Es, más bien, explica con pasión la autora, para que uno
se pregunte, «¿qué rutina exprés necesito hoy? Le haga una foto
con el móvil a la página, y se la lleve encima para practicarla en
cualquier momento del día. O para que lo tenga en la mesilla
a modo de consulta», propone.
El libro es un compendio de las personas que han inspirado a esta
filósofa por su sabiduría a lo largo de los años. «Es un libro para
vivir dentro, para pintar, tiene citas... Quería que fuera esa persona
sabia, esa referencia, que te acompaña en el proceso de las
emociones, en el que estamos muy solos normalmente. Normalmente
preguntas a una amiga, a tu madre, a la vecina... Yo quería
respuestas con cierta coherencia y consistencia», asegura.
Con el libro lo que Punset intenta es dar pistas muy sencillas
de lo que la gente puede hacer de forma natural. «De hecho, es
muy probable que los lectores conozcan muchas de las propuestas,
pero que no las practiquen aunque les hagan sentirse bien.
Me gustaría ayudarles a reincorporarlas», añade.
Los seres humanos, ¿aprendemos
solo de la experiencia,
de la dificultad, de la pérdida?
Así es como funcionamos. En piloto automático. El cerebro es un
órgano programado para sobrevivir. Esta es su única prioridad.
No es que seas más creativo, que te relaciones mejor,
que te sientas mejor… Eso no importa.
Entonces, ¿qué hace el cerebro? Agranda los peligros,
recuerda las cosas malas… para las cosas buenas es como
si fuese teflón. En cambio, agarra todo lo malo. Y desde que
nacemos nos deberían enseñar a entrenar el cerebro en positivo,
a reprogramarlo. ¿Qué he hecho en este libro? Poner 250
rutinas positivas para que todo el mundo encuentre alguna
que le sirva, o que se cree las suyas propias.
¿Es cierto que para hacer
tuya una rutina,
hay que repetirla durante todos
los días durante un mes?
Esto no es una ciencia exacta. Lo que sí es cierto es que
cada acción y cada pensamiento dejan una huella física en
el cerebro. Y no somos lo suficientemente conscientes de eso.
Se parece más al mecanismo de «me lavo los dientes por las
mañanas», que el cuerpo ha aprendido a activar. Pero se
trata de hacerlo de forma consciente.
Simplemente de preguntarte, ¿dónde puedo mejorar?
¿Qué cosas, qué hábitos, que repito una y otra vez y no me
funcionan? ¿Puedo desaprender? Esto último es otra cosa
a tener en cuenta y que no hemos aprendido a
hacer. Funcionamos en piloto automático.
Tienes que repetir muchas veces una cosa para que el cerebro
la aprenda. Que desaprenda una forma de hacer las cosas y
que aprenda otra. Sabemos que tienes que repetirlo bastantes
veces, por esta razón he intentado que las rutinas sean ligeras.
De las 250 rutinas exprés,
¿cuáles son las preferidas
de Elsa Punset, su «top ten»?
Cualquiera que me ayude a activar mi luz interior. Pero todo
depende del momento de la vida en el que te encuentras.
Mis diez rutinas preferidas de ahora lo son porque pertenecen
al ámbito en el que estoy trabajando, pero no porque me tengan
que durar toda la vida. Por ejemplo, ahora mismo estoy muy
centrada en todo lo que es lenguaje facial y corporal
para gestionar las emociones.
A mí me encanta la de las «poses poderosas». Es maravillosa.
Para entenderla, aconsejo ver el vídeo de la psicóloga social de
Harvard Amy Cuddy, donde se muestra cómo las «posturas de
poder» —mostrar una actitud de seguridad, aún sintiéndose
inseguro— pueden alterar los niveles cerebrales de testosterona
y cortisol, e incluso mejorar nuestras probabilidades de éxito.
Existen dos tipos de «poses poderosas». La de ganador del
maratón, con los brazos abiertos y el mentón levantado, o la
de brazos en jarras. Si tu haces cualquiera de estos dos
gestos, en dos minutos cambia todo el equilibrio químico corporal
del cuerpo, porque estás mandando un mensaje
al cerebro muy importante.
Es curioso, pero se ha visto que las niñas, hasta los 11 o 12
años, tienen las mismas poses que los chicos. Pero a partir de
esa edad se repliegan: Se dejan interrumpir, hablan más bajito,
se arriesgan menos… Con el cuerpo reflejan el mensaje social
que les enviamos, y que las niñas van incorporando. Así pues,
el mejor regalo que puedes hacer a tus hijas, hermanas, sobrinas,
alumnas, es enseñarles a reclamar ese espacio. Es una sencilla
rutina emocional, muy poderosa. También funciona solo imaginándolo.
Por último, la rutina que más me gusta en este momento, y que
en particular creo que una de las más útiles, es la de los gestos
faciales. Hay una conexión muy directa entre el cerebro y la
cara. Si frunces el ceño, si pones cara de sorpresa…
tu cerebro reacciona inmediatamente.
¿Quién manda el mensaje a quién?
Van a la vez. Esto me parece extraordinario. Antes pensábamos
que «si yo me siento bien, sonrío». Ahora resulta que si sonríes
ya estás mandando el mensaje de que no estás tan mal como
temes. Pero tu cerebro —por si acaso— está todo el día en alerta.
Se ha comprobado que las mujeres y hombres que se inyectan
botox, al no poder fruncir el ceño, tienen una percepción un poco
menor de las cosas negativas que les vienen de fuera. Una de las
rutinas del libro es practicar lo que llamo «botox natural».
Es como abrir el capó de un coche. ¿Qué estoy haciendo?
¿Qué puedo cambiar? ¿Qué es sencillo de cambiar? ¿Qué puedo
hacer que, de alguna forma, le mande un mensaje diferente al cerebro?
Decía usted que, desde que nacemos,
nos deberían enseñar a entrenar el cerebro en
positivo, a reprogramarlo.
¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos?
En mi familia practicamos mucho el «thing». Básicamente de lo
que se trata es de abrir los cauces de comunicación.
Los humanos tenemos a veces una verdadera dificultad a
la hora de prevenir o de hablar de los problemas, aunque no
sean demasiado grandes. Generalmente reventamos las
situaciones, porque dejamos que la situación se enquiste.
Con el «thing» lo que tratamos de hacer es acostumbrar a
los niños desde que son pequeños a contar las cosas que les
preocupan, para buscar soluciones en grupo. No se trata de
que comuniquen solamente las experiencias malas. En casa
hablamos de una cosa buena y de una cosa mala. La cosa buena
es una celebración: siempre hay que celebrar y es
algo que a las familias se nos olvida.
Debería haber mucha más alegría en las familias. Nosotros
celebramos, y luego exponemos la cosa que creemos que es
mejorable, lo que sea, para tomar decisiones en familia. Nos
preguntamos: ¿qué podemos hacer? Pero no lo hacemos
desde la confrontación o la agresividad. Funciona muy bien,
porque entonces lo que haces es adelantarte a los problemas.
Convocamos un «thing» cada cierto tiempo y cuando
alguien dice: «No tengo ningún problema», buscamos algo
para mejorar. Porque todo es mejorable. Con este tipo de acciones
al niño le das la sensación también de que las cosas están
en sus manos. Creo que es muy importante entender que,
al final, en cuestiones de gestión emocional, podemos
mejorar las cosas, cambiarlas.
Usted en su libro propone otra rutina
para entrenar el cerebro de los niños
en positivo: el llamado «bote de la felicidad».
¿Puede explicar a los lectores de qué se trata?
Cuanto antes acostumbre uno a los niños a pensar en positivo,
mejor. En este sentido, el "bote de la felicidad" es una iniciativa
muy bonita para practicar en familia.
La idea es tener en casa un gran bote, transparente, en el que
cada noche todos los miembros metan una nota con lo bueno
que les ha pasado a lo largo del día: que el repartidor de pizza
ha sido particularmente amable, un abrazo chulo con un amigo
o con tu hijo, un rato en un jardín, un baño con sales…
cada uno tiene sus alegrías.
Hay que escribir todos esos momentitos que habitualmente
dejamos pasar, porque lo normal es que cada noche tu cerebro
vaya a recordar lo malo, las decepciones del día, o una mirada
desagradable de alguien, y meterlos en el bote.
El tiempo que se tarda en escribirlo permite al cerebro fijarlo.
Tenemos memoria a corto plazo, a largo plazo, y lo que pasa
es que todas estas cosas pasan tan deprisa… que no se fijan
en la memoria. Las malas sí porque el cerebro las recuerda, les
da vueltas. Pero las buenas no, por lo que es importante ser
conscientes de este fallo de nuestro cerebro.
Si entrenas a tus hijos desde pequeños a pensar en
positivo, tienen algo muy importante que agradecerte. Es
acostumbrarlos, igual que se lavan los dientes, a
hacer de este gesto una rutina.
Las 250 rutinas de su libro hablan de la importancia
de cuidarnos, en todos los aspectos.
¿Por qué nos queremos tan poco?
Nos queremos poco porque
básicamente no nos han enseñado.
¿De qué sirve el amor a un cerebro que solo
quiere sobrevivir? Relativamente de poco.
¿De qué sirve quererte a tí mismo?
De mucho.
No sabíamos que sentirte bien, sentir emociones positivas,
te hace ser más inteligente, más creativo, te da mejor salud,
mejores ingresos, mejores relaciones con los demás... Pero en
efecto, tendemos a pensar que cuidar de nosotros es egoísta.
No somos conscientes de hasta qué punto si tú no estás bien,
difícilmente puedes hacer sentir bien al resto de personas que te
rodean. Cómo vas a cuidar de los demás desde un lugar vacío,
estresado, cansado o inseguro... No puedes dar lo
que no tienes, básicamente.
Los cuidadores, por lo general,
tienen sexo femenino.
¿Por qué?
A las mujeres en concreto nos han enseñado a dar y a
cuidar, y eso es una herencia de siglos. Al decir que «no»
tienen la sensación de que están siendo egoístas, de que
se están poniendo por delante. Creo que es fantástico que
podemos aprender que hay cosas que para ti son
básicas, y que sin ellas no puedes funcionar.
Usted en su libro habla de
la importancia de decir NO, y de lo
tarde que se aprende, por lo general.
¿Por qué motivo? ¿Cómo podemos
enseñar a los hijos?
¿Cómo aprenden la gestión emocional los niños? Por imitación.
No hace falta que expliques las cosas tan claro. No les enseñes
a decir que no. Que ellos vean que su madre o su padre
saben decir que NO. Y que lo hace con
asertividad, no con agresividad.
Que vean que su madre, por ejemplo, cuida de sí misma.
Si tú no te cuidas, ellos no se van a saber cuidar. Da igual
lo que les digas, es lo que hagas. Eres su modelo,
y este mensaje sí que es fundamental.
Fuente: www.abc.es