¿ EL DESEO SEXUAL
OBJETIFICA A LAS PERSONAS ?
Kant, Tantra y Feminismo
KANT SE HA CONVERTIDO
EN UNO DE
LOS FILÓSOFOS PREFERIDOS
DEL FEMINISMO
POR SU VISIÓN DE
LA SEXUALIDAD
Emmanuel Kant, sin duda uno de los más influyentes en el
pensamiento occidental moderno, se ha convertido en uno
de los filósofos más socorridos por el pensamiento feminista
que hace una crítica de la objetificación sexual. Para algunas
femenistas, el género es una construcción sociocultural y la
feminidad suele asumir el rol de un objeto, siendo objetificada
por la masculinidad en la sexualidad.
La visión moral de Kant sobre el sexo se basa en la noción
de que el deseo sexual, cuando no ocurre dentro de la monogamia
y bajo la ley, necesariamente hace de su objeto de la persona
una cosa: "El amor sexual hace a la persona amada un objeto
del apetito; tan pronto el apetito se ha aplacado, la persona es
echada a un lado como uno tira un limón que ya ha exprimido".
Este es el lenguaje bastante sugestivo que emplea Kant, un
hombre a todas luces sexualmente recatado, en sus Lecturas sobre ética.
La pregunta sobre si todo deseo sexual es inherentemente
objetificante es alzada en el sitio de filosofía Aeon por un
profesor del Instituto de Arte de Chicago, Raja Halwani.
Halwani explica que Kant sostenía que el sexo era moralmente
condenable, porque el deseo se centra en el cuerpo,
no en la agencia de aquellos que desean sexualmente, y por
lo tanto los reduce a meras cosas. "Nos hace ver los objetos
de nuestros anhelos como sólo eso, objetos. Al hacer esto,
los vemos como meros instrumentos para nuestra propia satisfacción".
En la relación sexual Kant ve algo diferente a, por ejemplo,
cuando empleamos a alguien, como puede ser un jardinero,
un plomero, un cantante. En esto, según explica Halwani, el
deseo no se centra en el cuerpo, si bien se realiza una transacción,
se valora la habilidad de la persona en sí (no se focaliza el
deseo, por ejemplo, sobre las manos del jardinero). "Cuando
deseamos el cuerpo de una persona, comúnmente nos
enfocamos durante el sexo en sus partes individuales: el pene,
el clítoris, el trasero, los muslos, los labios", dice Halwani. Es
decir, reducimos la totalidad del individuo a una parte, y por lo
tanto emerge como una cosa o un conjunto de cosas sin agencia.
Otro de los argumentos que Kant considera en torno al deseo
sexual es que el sexo tiene el poder de hacer que nuestra razón
quede supeditada al deseo y, por lo tanto, compromete nuestra
integridad, sustentada en la razón humana, para lograr su cometido.
Así, por lograr obtener el objeto del deseo se han cometido
innumerables mentiras, engaños y demás acciones
manipuladoras que hacen que una persona se enajene,
pretenda ser quien no es, y de esta manera reduzca su
dignidad humana, objetificando al otro y objetificándose a sí misma.
Ahora bien, Kant no considera que todo el sexo es objetificante.
Existe cierto sexo, que para Kant es la relación monogámica
sancionada por una ley, en el cual no hay una degeneración
de la humanidad, sino un intercambio y una comunión:
Si me entrego completamente a un otro y obtengo a esa
persona de regreso, me gano a mí mismo de regreso; me he
entregado a mí mismo como la propiedad de otro, pero de
regreso he obtenido al otro como propiedad, y por lo tanto me
gano a mí mismo al ganar a la otra persona, en cuya propiedad
me he convertido. De esta forma, las dos personas se
convierten en una unidad de la voluntad.
Así, la expresión de Kant sugiere un cierto erotismo espiritual
al evocar una unidad de la voluntad, una especie de fusión,
una dinámica de energía de entregarse y ganarse en la entrega.
La religión nos dirá repetidas veces que sólo quien se
entrega totalmente gana el ser, el alma, la divinidad, etcétera.
La idea de que esta interacción legítima y digna de la
sexualidad sólo puede producirse dentro de la monogamia
resulta ciertamente anticuada hoy en día. Es más adecuado
interpretarla como una relación de igualdad, en la que la pareja
tiene un estatus similar y voluntariamente, sin buscar la
manipulación y la ulterioridad se entrega al acto sexual. Es
decir, ciertamente existe la objetificación sexual, las relaciones
en las que una persona busca poseer a la otra, como si se
tratara de un objeto, y muchas de estas relaciones se establecen
dentro de un marco de desigualdad, debido a que una de las
personas ejerce un poder sobre la otra (o se aprovecha de las
construcciones de género o clase de una sociedad particular),
o porque se han interiorizado estas construcciones como una
segunda naturaleza y los sujetos no son capaces de
concebir al otro desde la igualdad.
Sin embargo, pensar que toda relación sexual obedece a esta
dinámica es politizar demasiado el sexo y francamente delusorio.
Existen relaciones sexuales donde el deseo es igualitario y es
poco o nada intelectual (aquí encontramos no sólo una
animalidad sino una divinidad: para los griegos Eros
era la posibilidad de una posesión divina).
Asimismo, existen relaciones amorosas donde la noción
de objeto queda sublimada en una intersubjetividad, y donde
no existe división entre el cuerpo y la mente o alma,
donde se absorbe y asume la totalidad.
El deseo sexual puede surgir y catalizarse no como un
deseo de poseer el cuerpo del otro, sino como una expresión
de la interdependencia de los cuerpos-mentes-almas; no un
deseo de poseer, sino un deseo de saberse o saborear ese
nexo, lazo, ligamento, la confirmación de un vínculo
carnal, emocional y espiritual.
Aunque sea una noción ilusoria, el profundo enlace que
sugiere el sexo, el deseo de unidad y trascendencia,- trascender,
ser una entidad sólida y separada a través del sexo puede ser
tan fuerte o más que el deseo de poseer un cuerpo.
La interpretación de Halwani olvida considerar algo que ha
sido discutido ampliamente en la filosofía en tiempos recientes.
Esto es, la primacía de la experiencia encarnada, hasta el punto
de que se puede argumentar que no existe un yo separado del
cuerpo; mente y cuerpo no son dos cosas distintas que puedan
aislarse y diseccionarse por separado. En esto la filosofía
reciente se ha alejado de Descartes y se ha acercado
más a una concepción vitalista.
El poeta William Blake nos da una muestra de esto:
1.-El hombre no tiene un cuerpo distinto de su alma. Aquello
que llamamos cuerpo es una porción de alma percibida por los
cinco sentidos, pasajes principales del alma en esta edad.
2.-La Energía es la única vida, y procede del cuerpo; y la
Razón es el límite o circunferencia externa de la energía.
3.-La Energía es delicia eterna.
Ciertamente al desear un cuerpo, se puede caer en un
fetichismo y concebir a ese cuerpo como un objeto, diferente
a la subjetividad, disgregado de la persona y el impulso que la anima.
Pero esto es evidentemente una percepción errónea de la
realidad, una patología sexual. El cauce que toma el deseo
sexual puede desviarse de múltiples formas, pero su
expresión humana más completa y natural es el deseo de
la persona, de la totalidad del individuo, no de ciertas partes
solamente, ni tampoco de un cuerpo disociado de la
persona emocional, intelectual o espiritual.
Así, podemos concluir, que el deseo sexual no tiene
necesariamente que objetificar a la persona a la cual se
dirige; por el contrario, incluso puede ser la energía motriz
para trascender toda relación sujeto objeto.
Aquí entramos en la dimensión mística en la que el cuerpo
del amado es un instrumento pero no para gratificar el propio
deseo, sino para trascender la condición misma desde la
cual nace el deseo, es decir la separación, puesto que sólo
puedo desear a un objeto cuando me concibo a mí mismo
como un sujeto separado de un universo de objetos.
Esto es lo que se busca en el tantrismo, donde el deseo
se pone al servicio de la liberación y la sexualidad, se incrusta
en una práctica cuyo fin es revelar la no dualidad como
realidad esencial. En prácticas así, el éxtasis sexual puede
emplearse para hacer una indagación sobre la misma realidad
del sujeto y preguntarse sí realmente existe un yo fijo
y estable que está sintiendo el placer sexual.
Al entregarse totalmente se intima en la posibilidad de perder el
yo en el océano de sensaciones que disuelven las fronteras.
Si no existe identificación con el sujeto, entonces no hay
tampoco un yo que posee u objetifica un cuerpo, sólo
queda el placer mismo.
El placer se convierte entonces en sabiduría.
Fuente: pijamasurf.com