CARL JUNG:
SOBRE LA ACEPTACIÓN COMO
EL CAMINO PARA SANAR
Una psique en guerra consigo misma sólo se libera
cuando la oscuridad sale a la luz.
Cuando pensamos en el arquetipo de maestros o sanadores
se nos vienen a la mente imágenes de médicos diligentes,
sacerdotes de moral impecable, chamanes sabios en
medio de la selva o enfermeras abnegadas y serviciales;
sin embargo, para poder ayudar a otros es preciso ser
capaces de ayudarnos primero a nosotros mismos.
Parafraseando un viejo refrán, un ciego no puede guiar
a otro ciego, y en el caso del acompañamiento psicológico,
el psicoanalista Carl Jung tiene bastante que compartir al respecto.
Durante una conferencia dictada frente a un auditorio
de sacerdotes suizos, Jung habló de la importancia de
que los médicos y los sacerdotes —así como los psicólogos
y psicoanalistas— no juzguen a sus pacientes ni se dejen
invadir por prejuicios morales, pues aquellos que buscan
apoyo en ellos ya se sienten de por sí bastante enjuiciados.
Esto, para Jung, sólo se consigue si el médico acepta
su propio “lado oscuro”. No se trata de que el médico
aliente las fantasías de sus pacientes, sino de “sentir a
través de la mente del paciente”, sin juzgarlo, a través de
algo que Jung llamó “objetividad desprejuiciada”.
Aunque el término puede sonar abstracto y con un ligero
aire intelectual, para Jung se trata de una condición que
incluso los hombres y mujeres de fe deben albergar y
cultivar en sí mismos, a sabiendas de que “Dios ha
permitido que toda clase de cosas extrañas e inconcebibles
ocurran, y busca entrar en el corazón del hombre de las
más curiosas formas”. Así pues, la objetividad desprejuiciada
nos permitirá “sentir en todas partes la presencia invisible
de la voluntad divina”, incluso en lo demoníaco, a través
del arquetipo del Diablo, que interpretado alquímicamente
puede leerse como una metáfora de la
conversión de la materia mortal en oro.
Para Jung “no es posible cambiar algo a menos que lo
aceptemos”, y eso incluye toda clase de enfermedad y
abyección moral, así como las imágenes distorsionadas que
nos seducen o aterran en nuestros propios sueños. No sirve
de nada enjuiciar a los pacientes por sus estilos de vida o
elecciones si queremos ayudarlos; pero aunque no seamos
psicólogos ni religiosos, podemos pensar que tampoco sirve
de mucho juzgarnos duramente a nosotros mismos; en
palabras de Jung, “la condenación no libera, sino que oprime.
Soy el opresor de aquellos a quienes condeno, no su
amigo ni acompañante en el sufrimiento”.
Puede parecer muy simple darnos a la tarea de no juzgarnos
a nosotros mismos ni a los demás, ¿pero es posible sostener
esta idea a largo plazo? ¿Qué hacer cuando el juicio moral
recae sobre nuestras propias acciones, incluso las
pasadas, cuando nos dejamos llevar por el arrepentimiento
y la duda respecto al futuro? A decir de Jung, la sola
idea de aceptarnos a nosotros mismos con toda
nuestra envidia, nuestra maldad, nuestro deseo de
reconocimiento, nuestros pequeños vicios,
“puede hacernos sudar de miedo”.
Para Jung, mucha gente decide no observarse ni aceptarse
a sí misma, y emprenden el escape del camino del autoconocimiento
sólo para caer en lo que él llama “la morbus sacer de la neurosis”,
cuando la personalidad parece estar en una guerra
interna consigo misma. Jung escribe:
La neurosis es una escisión interna —el estado de guerra
consigo mismo. Todo lo que acentúa esta escisión hace que
el paciente empeore, y todo lo que la mitiga tiende a sanarlo.
Lo que lleva a la gente a estar en guerra con ellos mismos
es la sospecha o el saber de que cada uno consiste en dos
personas opuestas entre sí. El conflicto puede darse entre el
hombre sensual y el espiritual, o entre el ego y la sombra.
Es lo que Fausto quiere decir cuando afirma ‘Dos almas, ¡ay!,
habitan en su pecho, y cada una de ellas quiere separarse
de la otra’. La neurosis es una división de la personalidad.
¿Cómo ayudar a otros a aceptar su propia sombra, su propio
“lado oscuro”? Y tal vez más importante, ¿cómo aceptar que
nosotros también llevamos una escisión, una división interna
que amenaza con ponernos en guerra contra nosotros mismos?
En realidad, la única opción disponible si decidimos no
adentrarnos en nuestro lado oscuro es vivir en la ignorancia
de nuestra propia completud y habitar como extraños
dentro de nosotros mismos. Este camino puede llevarnos a
“ocuparnos de los problemas y pecados de otras personas”,
así como darnos “un perceptible aire virtuoso, en función de
que nos hemos engañado con benevolencia a nosotros
mismos y a los demás.
¡Gloria a Dios, hemos escapado
por fin de nosotros mismos!”
Así pues, no queda más que observar nuestras faltas,
inconsistencias, “pecados” y toda clase de imperfecciones con
mirada benevolente: en realidad no son invenciones genuinas
de nosotros, y probablemente ni siquiera son tan reprobables
como las de la mayoría. Es posible encontrar algo en común
con toda la humanidad cuando aceptamos lo que Jung
llama la “sombra” de nosotros mismos, el lado oscuro, la parte
negada. “Sólo aquel que se ha aceptado a sí mismo por
completo”, remata Jung, “posee la ‘objetividad desprejuiciada’”,
ingrediente sin el cual será incapaz de ayudar
a otros e incluso a sí mismo.
Fuente: Faena Aleph en www.culturainquieta.com