Libera Tu Ego
Hay muchos prejuicios y malentendidos en nuestra especie
acerca de casi todo, pero pocas cosas suscitan tanta confusión
y malestar en los seres humanos como el hecho de tener que
asumir su propio egoísmo, al mismo tiempo que
oponen resistencia al de los demás.
Es algo que rompe la lógica de cualquier razonamiento,
y que, con ‘razón’, llamamos injusto, en la medida que
alimenta la vieja ley del más fuerte y de la estricta supervivencia.
El que pega primero pega dos veces, y el que fue a Sevilla perdió la silla.
En oposición a esa filosofía de la brutalidad mamífera y salvaje,
los seres humanos aspiramos a la elevación del espíritu y al
refinamiento de la especie, un potencial emocional adormecido
en el interior de nuestra tundra emocional.
De ahí que tradicionalmente se considere el propio Ego
humano como el último impedimento para acceder a la gracia
divina. Las buenas intenciones y el afán de los esotéricos por
hallarle sentido a su existencia se ocuparon del resto.
Que el propio Ego es el enemigo a batir ha sido uno de los
fundamentos de cualquier camino espiritual conocido hasta
ahora, con resultados por todos conocidos; en términos
espirituales, a nuestro Ego parece irle mejor que nunca.
En oposición a tan vanos esfuerzos por ‘vencer’ en contra
de los propios intereses, el Diseño Humano ofrece una
perspectiva mecánica del Ego mucho más razonable y
consiguientemente mucho más humana. Ni tan brutal como
la del capitalismo salvaje, ni tan infantil y sentimental como la
que desean los pregoneros de la revolución en el nombre de
unas siglas cualesquiera, sino sencilla y biológicamente mecánico.
El Ego humano es un motor vital para nuestra salud y
supervivencia material en el mundo. En los primeros siete
años de vida, el Ego se programa con las estrategias que
aseguran su éxito social. Su memoria se alimenta de la
sensibilidad emocional del Plexo Solar (Centro Emocional)
y del instinto del Bazo para evitar el rechazo social y el fracaso.
A partir de ahí, el Ego repetirá esas estrategias y centrará
todos sus esfuerzos en mantener a toda costa los mínimos
a los que se acostumbró de pequeño, el famoso estatus.
Usará para ello el combustible de su fuerza de voluntad y
de su confianza en su propia capacidad de sacar su vida
adelante. Rendirse es lo último en lo que está ‘pensando’.
Para colmo, los humanos reniegan de su egoísmo como
si fuera la encarnación misma del pecado y de la culpa,
ignorantes de la sagrada hipocresía a la que, de ese
modo, se condenan para siempre.
Condenar el egoísmo es tan insano como no saber cuánto
es suficiente. Ser egoísta no es bueno ni es malo, sino
simplemente sano o enfermizo en la medida en que uno
sabe cubrir (o no) las necesidades materiales básicas de
su vida. Tan malo es quedarse corto como pasarse,
ya que ambas cosas pasan factura.
Fuente: Alokanand Díaz