LA CHICA DEL
BAÑADOR V E R D E
Cuántas veces nos hemos sentido
incómodos con nosotros mismos...
Y cuántas situaciones hemos desperdiciado pensando en
el qué dirán, qué pensarán. Cosas que al final no sirven
para nada porque la inmensa mayoría de la
gente no está pendiente de nosotros.
Y aunque lo estuvieran, ¿qué importancia tiene? Ninguna,
porque lo realmente importante en la vida no es efímero,
no desaparece con el paso del tiempo.
No se va como se marchita nuestro estado físico, nuestros
músculos perfectos o la perfecta melena ondeando al viento.
Pero permanecen nuestros viajes, las palabras que
decimos y nos dicen, lo que sabemos y sentimos.
Una mujer que compartía momento y lugar con una jovencita
quinceañera en una playa le dejó un mensaje. Unas palabras
de alguien que había estado en su misma situación, de una mujer
que había pasado por lo mismo que ella y que después había
comprendido que no era importante. Que todo lo que había
padecido y pensado entonces no servía para mucho. Valía infinitamente
más los libros que había leído que los kilos que había perdido.
Y aunque a veces solo por nosotros mismos aprendemos las
lecciones de la vida, nunca está de más escuchar para crecer.
Interiorizar experiencias ajenas que nos hagan mejores o que
sencillamente nos aporten otro punto de vista, distinto al nuestro...
Querida chica del bañador verde:
Soy la mujer que está en la toalla de al lado. La que
ha venido con un niño y una niña.
Primero que nada, decirte que estoy pasando un rato muy
agradable junto a ti y tu grupo de amigos, en este trocito de
tiempo en el que nuestros espacios se rozan y vuestras risas,
vuestra conversación ‘transcendental’ y la música de
vuestro equipo me invaden el aire.
¿Sabes? He alucinado un poco al darme cuenta de que no sé
en qué momento de mi vida he pasado de estar ahí a estar
aquí: de ser la chica a ser “la señora de al lado”, de ser la que
va con los amigos a ser la que va con los niños.
Pero no te escribo por nada de eso. Te escribo porque me
gustaría decirte que me he fijado en ti. Te he visto,
y no he podido evitar verte.
Te he visto ser la última en quitarte la ropa.
Te he visto ponerte detrás de todo el grupo, disimuladamente,
y quitarte la camiseta cuando creías que nadie te miraba.
Pero yo te vi. No te miraba, pero te vi.
Te he visto sentarte en la toalla en una cuidada postura,
tapando tu vientre con los brazos.
Te he visto meterte el pelo tras la oreja agachando la cabeza
para alcanzarla, quizá por no mover los brazos de
su estudiadísima posición casual.
Te he visto ponerte en pie para ir a bañarte y tragar saliva
nerviosa por tener que esperar así, de pie, expuesta, a tu
amiga, y usar una vez más tus brazos como pareo para
taparte: tus estrías, tu flaccidez, tu celulitis.
Te vi agobiada por no poder taparlo todo a la vez mientras
te ibas alejando del grupo tan disimuladamente como
antes lo hiciste para quitarte la camiseta.
No sé si tenía algo que ver, en tu descontento contigo
misma, que la amiga a quien tú esperabas se soltaba su
larguísima melena sobre una espalda a la que sólo le
faltaban unas alas de Victoria’s Secret. Y mientras tanto tú
ahí, mirando al suelo. Buscando un escondite
en ti misma, de ti misma.
Y me gustaría poder decirte tantas cosas, querida chica
del bañador verde… Puede que porque yo, antes de ser la
mujer que viene con los niños, he estado ahí, en tu toalla.
Me gustaría poder decirte que, en realidad, he estado en
tu toalla y en la de tu amiga. He sido tú y he sido ella. Y
ahora no soy ninguna de las dos –o acaso soy ambas aún-
así que, si pudiera dar marcha atrás, elegiría simplemente
disfrutar en lugar de preocuparme -o vanagloriarme- por cosas
como en cuál de las dos toallas, la suya o la tuya, prefiero estar.
Quisiera poder decirte que he visto que llevas un libro en
tu bolsa, y que cualquier vientre que ahora tenga tus dieciséis
años perderá, probablemente, su tersura mucho
antes de que tú pierdas la cabeza.
Me gustaría poder decirte que tienes una preciosa sonrisa, y
que es una pena que estés tan ocupada en ocultarte que
no te quede tiempo para sonreír más.
Me gustaría poder decirte que ese cuerpo del que pareces
avergonzarte es bello sólo por ser joven. ¡Qué coño! Es
bello sólo por estar vivo. Por ser envoltorio y transporte de
quien en realidad eres y poder acompañarte en cuanto haces.
Me encantaría decirte que ojalá te vieras con los ojos de
una mujer de treinta y pico porque quizás entonces te darías
cuenta de lo mucho que mereces ser querida, incluso por ti misma.
Me gustaría poder decirte que la persona que algún día te
quiera de verdad no amará a la persona que eres a pesar
de tu cuerpo, sino que adorará tu cuerpo: cada curva,
cada hoyito, cada línea, cada lunar. Adorará el mapa, único
y precioso, que dibuja tu cuerpo y, si no lo hace, si no te
ama así, entonces no merece que le ames.
Me gustaría poder decirte que –créeme, créeme, créeme-
eres perfecta como eres: sublime en tu imperfección.
Pero, ¿qué te voy a decir yo, si sólo
soy la mujer de al lado?
Aunque, ¿sabes qué? Que he venido con mi hija. Es la del
bañador rosa, la que juega en el río y se está untando en
arena. Hoy sólo le ha preocupado si el agua estaría muy fría.
A ti no te puedo decir nada, querida
chica del bañador verde…
Pero todo, TODO, se lo voy a decir a ella.
Y todo, TODO, se lo diré a mi hijo también.
Porque así es como todos merecemos ser queridos.
Y así es como todos deberíamos querer.
Fuente: www.lavozdelmuro.net