EL DOLOR DE
LAS TINIEBLAS
Todo impacto emocional genera una forma mental. Y esa
forma nos será deseable o nos atemorizará según haya sido
el impacto. En el primer caso gratificante y en el segundo traumático.
Es ya sabido que un niño dice no estar cuando se
cubre los ojos, cuando deja de ver el entorno. Y sabido
es ya también que un adulto –que no reacciona ya desde
la subjetividad como un niño– lo que en este caso hace, desde
su percepción dual, es alejar de su mirada –de su pensamiento–
aquello que no le gusta. En ambos casos abisma lo
desagradable en la oscuridad de su pensamiento, en el
olvido, se aleja de ello. Es el juego de la luz y las tinieblas.
Que no son dualidad.
La densa oscuridad de las tinieblas es sólo apartar la luz –que
es vida– de aquello que vemos como expresión de muerte.
Y esto se hace evidente en Anatheóresis, una técnica terapéutica
que consiste en rescatar de la oscuridad aquello que nos ha dañado.
Que nos sigue dañando desde las tinieblas a las que hemos
arrojado esos hechos traumáticos. Unas tinieblas que
equivalen a oscurecer, a alejar del pensamiento, aquellas
partes del cuerpo que nos duelen. O incluso a situarnos fuera
de nosotros mismos, de situarnos en la luz, si ese
dolor-miedo llega a ser insoportable.
Porque la luz nos devuelve la imagen, aun cuando en este
caso se trate de la imagen virtual que refleja todo espejo.
En tanto que la oscuridad es perdernos en el vacío, en el
opaco azogue con que nos da la espalda todo espejo.
Fuente: www.anatheoresismadrid.com