CUIDAR DE UNO MISMO
En mi opinión, muy a menudo, casi en cada instante, desatendemos
una tarea primordial de las que tiene nuestra vida y que nos
corresponde y afecta, única y exclusivamente, a nosotros mismos:
Cuidarnos. Cuídate, decimos.
En muchas zonas se ha convertido en una forma de despedida cordial,
cariñosa, originariamente cargada de buenas intenciones verdaderas,
aunque ya ha perdido el mensaje inicial y se ha quedado a la
altura de cualquier otra despedida de compromiso, o sea, sin
sentido. Como adiós, ciao-chao, abur…
En otros casos, la intención sí es buena. Cuídate, entonces,
quiere decir que entendemos y reconocemos que tenemos
que cuidarnos, que es bueno cuidarse.
El vínculo personal debiera tener como norma ineludible la de
conseguir, para con uno mismo y siempre, la excelencia en
el trato, en la atención, en el cuidado, en la relación, en
la comprensión, en la ternura, en el amor inagotable e
incondicional… en fin, en todo eso que cualquier
equivocado llamaría egocentrismo.
Partamos de la base de que prácticamente todos los humanos
somos víctimas de una falta de educación para el acto de
vivir. No estamos preparados. Pero, erróneamente, nos exigimos
la perfección como si fuéramos expertos en la materia.
La realidad es que vivimos los primeros años de nuestra vida
como buenamente podemos, hasta que llega un momento en
que algo nos hace darnos cuenta de que no estamos siendo
como quisiéramos ser y estamos viviendo una vida que no
estamos dirigiendo bien. Mejor dicho, que no estamos dirigiendo.
Es el momento en que vamos tomando conciencia de que
hay demasiados agujeros, muchos fallos, incongruencias,
insatisfacciones, una sensación indefinible de desubicación
descontrol y desconcierto, y la impresión de que no nos
sentimos a gusto con nuestra propia vida en la que, en
muchas ocasiones, nos sentimos extraños o intrusos.
Nos hacemos preguntas que no encuentran sus respuestas
correspondientes. Estamos absolutamente perdidos. Se nos
escapa de nuestra comprensión. Pero… en algún momento
de lucidez insospechada comenzamos a tomar decisiones
-despacio-, a investigar -desorientadamente-, a atrevernos
con los sentimientos -con mucha precaución-, y a hurgar
-por fin- en territorios personales que han estado prohibidos.
Nos damos cuenta de que somos algo más de lo que se mueve
y va por la vida. Más o menos, tomamos consciencia de
nuestra unicidad. Y tomamos una temblorosa responsabilidad
de tratar de gobernarla del modo adecuado.
Tan perdidos estamos que no sabemos cómo ni por dónde comenzar.
Pero nos ponemos en marcha rumbo a no se sabe dónde...
La tendencia general –y ojalá tú seas una excepción…- es a
enojarse con uno mismo. Ese uno mismo que hasta ahora
ha sobrevivido con más buena voluntad que conocimientos,
se convierte en víctima de nuestros reproches y responsable
directo de nuestra situación actual. Error.
Ese uno mismo ha hecho lo posible, o lo que ha considerado
mejor para traernos hasta el día de hoy. El pasado no es culpable,
no siempre son responsables lo otros, ni siquiera nosotros mismos,
ni el destino es cruel y se ha ensañado martirizándonos.
Así que una vez llegados al punto en que queremos hacer algo
para “arreglarnos”, conviene tener claras y respetar una serie de normas.
La primera es evitar esa primera idea de “cambiar”. Cambiar,
quiere decir dejar un modo de ser para comenzar con otro
modo de ser. Lo cual no es acertado, porque ese nuevo
personaje que vamos a crear –ese nuevo modo de ser-,
que queremos que sea más o menos perfecto, tampoco
tiene claro que no tenemos que ser nada más, y ninguna
otra cosa, que el que realmente somos.
No se trata de añadir algo a quien somos, ni de quitar una
cosa para poner otra cosa en su sitio, sino ir descubriendo
quién es uno, e ir deshaciéndose de los personajes en los
que no hemos convertido. Se trata –aunque parezca complicado
de entender- de “desaprender”, o sea, ir dejando todo aquello
que descubramos que no lo hacemos por nuestra propia voluntad,
sino que forma parte de algo que nos inculcaron y jamás nos
hemos puesto a comprobar si estamos de acuerdo con ello.
Se trata de hacerse unas preguntas profundas que requieren
una respuesta verdadera, y se trata de no conformarse
con nada que sea menos que la verdad.
Hay dos condiciones obligatorias en este proceso: No engañarse
nunca –no hay que engañar al médico, al abogado, al mecánico,
ni a uno mismo- y no conformarse con un “no lo sé” –“no lo sé”
es la respuesta del conformista vago que no quiere hurgar
en la búsqueda por miedo a qué saldrá-.
No se trata de “cambiar” urgente y desesperadamente. Se trata
de averiguar quién es uno realmente para ser Uno Mismo.
¿Cómo se hace esto?
Dándose tiempo, como condición indispensable. Es mejor desterrar
la idea de que, lo que de insatisfactorio hemos hecho en nuestros 30,
40 o 50 años de vida, lo podemos deshacer en un día. Tampoco es
posible deshacer en un día lo que ha llevado toda una
vida construir. Así que paciencia…
También es imprescindible el amor propio –amor a uno mismo-,
y es mejor entender que esto es realmente imprescindible. No se debe
tener consigo mismo una relación de enemistad, ni directa ni soterrada.
Nada de menosprecios, de culpabilizaciones o reproches, nada de
infravaloraciones ni zancadillas, nada de castigos, nada de caras
largas. De la mano, agradecidos y sonrientes, con quien nos ha
traído hasta hoy. Juntando energías, en la misma dirección y con el
mismo objetivo. Previamente, una conversación profunda de Ser Humano
a Ser Humano. De corazón a corazón. Hasta conseguir el compromiso
de todos los yoes para ir todos y unidos hacia el mismo destino.
Conviene ser comprensivo, esta es otra condición o norma. Uno no es
perfecto, uno no sabe, uno no es responsable del todo ni de todo.
Uno sólo es responsable directo desde el momento en que toma
conciencia y sabe. Quien emprende este Camino ya es consciente.
Se le puede llamar la atención por lo que haga o no haga a partir
de este momento, pero sería injusto que quien se es hoy –que sí
se ha dado cuenta- le reclame al que era ayer –que no se daba cuenta-.
Así que tiempo/paciencia… Amor propio… Comprensión…
y Aceptación. Negar la realidad es infantil y contraproducente. La
realidad es la que es, guste o no guste. Uno, cuando es consciente
y toma conciencia, se encuentra con una realidad que generalmente
no es satisfactoria. Pero es lo que hay. Es la verdad.
Eso sí: borrón y cuenta nueva. Nada de perder el tiempo en
más reproches, nada de estancarse en el pasado. Es necesario
aceptar lo que hay, lo que uno ha sido y ha hecho, y lo que está
siendo, para poder comenzar la nueva andadura. Y mientras no
se haga así, es mejor no dar el primer paso porque habrá que
desandar para volver a comenzar. Es un hermoso ejercicio de
humildad: lo acepto todo, aunque no lo ame. Pero lo
acepto con el corazón, no a regañadientes.
Si uno decide iniciar un Camino distinto será bueno que se
convierta en una sonrisa continua que se relame por los
próximos presentes. Que esté ilusionado, esperanzado y feliz.
Y que la exquisitez, el mimo, el Amor, y la consideración, estén
siempre presentes. Uno se ha de convertir en su mejor
amigo, en su más tierna abuela, en su más cariñosa madre,
en su más eficaz consejero, en su más paciente compañero,
en su más atento y amable cuidador.
Cualquier otro modo de hacerlo está condenado al fracaso
o, en el mejor de los casos, a dar mil vueltas y perder mucho
tiempo. Y esto se ha de hacer sin prisa, pero sin perder el tiempo.
Cada vez que me entero de que una persona decide
que va a comenzar un Camino de Desarrollo Personal,
que va a buscarse, que va a ser él mismo, me emociono.
Me parece un momento estelar, histórico, al que uno tiene
que asistir orgulloso de sí mismo, henchido, con una
sonrisa de satisfacción que lo grite a los cuatro vientos.
Me atrevo a garantizar que quien lo haga de este modo
que he tratado de explicar llegará a cumplir su propósito,
y en algún momento se mirará al espejo y encontrará
reflejado el rostro de una persona satisfecha de sí misma.
Y en cualquier caso, a esa persona le
garantizo que tiene toda mi admiración.