C Ó M O
A P R O V E C H A R
E L D O L O R
Estaba charlando con una mujer que había sentido un terrible
y constante dolor en el cuello y hombros la mayor parte de su vida.
Había ido a todos los médicos, tomado todas las píldoras, visitado
cada maestro espiritual, intentado todos los métodos, cada práctica,
cada mantra. Todo esto sólo le había proporcionado un alivio
temporal. Incluso las maravillosas enseñanzas de la no dualidad,
de ‘estar en el momento’ y 'conocerse a sí misma como conciencia
pura’ realmente no habían ayudado.
“¿Por qué sigue aquí este dolor? Después de todo lo que he hecho,
sabiendo todo lo que sé…”. He oído este tipo de cosas de tantas
personas en todo el mundo. Hemos intentado todo, hemos consultado
a cualquier cantidad de sanadores, hemos tenido todo tipo de
conocimiento y experiencia espiritual, y aún no hemos 'superado’
nuestro dolor. 'Sigue aquí.’ Y nos podemos sentir tan decepcionados.
Como si fuéramos un fracaso, alejados cada vez más de sanar. Como
si estuviéramos 'haciendo algo mal.’
¡Pero el sanar nunca está lejos! Invité a esta mujer a que se diera
permiso de sentir el dolor en su cuello y hombros con mayor profundidad.
A que estuviera presente con las crudas sensaciones. A que respirara
EN ellas. A que fuera curiosa. A que les permitiera intensificarse
si era necesario. A que les dejara moverse, estallar, revolotear,
palpitar, arder. Pero que se mantuviera presente y curiosa;
que permitiera, confiara y respirara.
De pronto, un gran terror inundó su cuerpo.
Un viejo miedo de sentirse abrumada, de morir, de volverse
loca, de venirse abajo. “Respira en esto,” le recordé. Todo su
cuerpo comenzó a temblar, a convulsionarse. “Respira. Confía.
Estoy aquí contigo…” Esto duró un par de minutos. Me
mantuve con ella. Después, todo se detuvo tan rápido como
había comenzado. Abrió sus ojos. Comenzó a reír, a llorar
con un gran alivio. “¡Guau!” dijo. “¡Simplemente Guau!” No
hubo ni una sola palabra. El dolor en su cuello y hombros
había desaparecido. Su cuerpo entero se sentía descansado,
relajado, estable. Se sentía imbuida de amor y gratitud.
En lugar de intentar 'sanar’ o 'deshacerse’ de su dolor (¡Algo
que había intentado con tanto esfuerzo por años!), finalmente
fue capaz de ver todo esto de frente; le dio su lugar, lo
permitió. Su dolor se había vinculado estrechamente con sus
emociones - miedo, rabia, y debajo de todo eso, una gran
tristeza, e incluso desesperación-.
Esas emociones se habían arraigado en su cuerpo desde que
era pequeña, cuando sintió como una amenaza permitirse
sentir lo que sentía. Demasiada energía se había acumulado
en sus hombros. Sentir el 'dolor’ fue la invitación que hizo que
todas esas energías comenzaran a moverse en ella. Su cuerpo
literalmente tembló al unísono de toda esa energía, bajo la
protección del momento presente, bajo la protección
de nuestro campo relacional.
Ella comenzó a aprender a confiar en ella misma. A confiar en
su cuerpo. A confiar en el poder de su presencia. A confiar en
que alguien más la acompañara en el fuego de su experiencia.
Incluso aprendió a confiar en el dolor mismo, a identificar
la inteligencia que hay en todo ello.
En un espacio seguro, con presencia, cuidado y amor, fue
capaz de comenzar a soportar lo insoportable, de este modo
lo insoportable dejó de ser insoportable.
Así es como ocurre el sanar, a través del amor, a través de
la presencia, a través del coraje de acercarnos siempre un poco más.
Fuente: Jeff Foster