Sentirse víctima es
un estado de ánimo
muy tóxico
'Sentirse víctima es un estado
de ánimo muy tóxico.
Hay que dar un
puñetazo en la mesa'
'No nacimos para una vida mediocre,
sino para una llena de ilusión'
Entrevista a
Mario Alonso Puig
Hay algo chocante al observar al doctor Mario Alonso Puig.
Con su traje impecable. Su corbata. Su cara de niño aplicado.
No le pega esa indumentaria cuando en sus charlas se pone
a hablar de los inadaptados, de los rebeldes, de los que
no van con la corriente. Los asistentes se fijan en él y, no,
no es un hippy trasnochado, predica el esfuerzo, el Podemos,
en realidad, pero el "podemos" empezar a mirarnos a nosotros
mismos, individualmente, y ver de lo que somos capaces.
Él es un ejemplo. Nunca dejó de formarse. Cirujano, llegó a
trabajar en Harvard, pero también se instruyó en comunicación
y divulgación. Es miembro de la Asociación Americana para el
Avance de la Ciencia y, en su nueva faceta, profesor
visitante de las más prestigiosas escuelas de negocio.
No es raro que, cada vez que se le escuche en los congresos
de El Ser Creativo, los asistentes salgan con ganas de comerse
el mundo. Pasó también en el ruedo de Las Ventas, en la
South Summit de Spain StartUp, donde los mejores emprendedores
de España salieron con las baterías más que cargadas.
Otra cuestión es lo que dure ese sentimiento en un país en el
que el pesimismo goza de buena salud. Para mantener ese
cambio de mentalidad que necesitamos, más allá de verle en
directo, están sus libros. El último de ellos, El Cociente Agallas,
premio Espasa de Ensayo, incide en el mensaje principal de este,
también, divulgador científico: «Si cambia tu mente, cambia
tu vida... Reinventarse, tu Segunda Oportunidad», de 2010, va
ya por la vigésima edición. Desde entonces, ese verbo se ha
convertido en mantra de la nueva economía. La élite del
país, sin embargo, está a la espera de reinventarse. O de que
la reinventen otros. Pero Mario Alonso Puig no quiere hablar
nunca de política. Puede tener razón. Puede que sea la
excusa para que no intentemos cambiar de manera individual.
No es un iluso, no ignora las dificultades. Habla de sentirse
confundido, de tener la sensación de que todo es demasiado
duro, de que se ha llegado a un precipicio, pero también
explica que en esos momentos, cuando nos sentimos sin
esperanza, podemos tener las herramientas dentro de nosotros
sin saberlo. Que cuando necesitamos esas agallas, descubrimos
de lo que somos capaces. Y suele decir que lo contrario al
coraje, al valor, no es la cobardía; es el conformismo.
¿He captado bien su mensaje si
concluyo que podemos
cambiar nuestra realidad con el
estado de ánimo adecuado?
Lo que pretendo es que seamos más conscientes de que
el estado de ánimo de un grupo, de una sociedad, afecta a
los resultados que se obtienen, al nivel de eficiencia,
pero también a la salud física y mental.
El segundo mensaje es que, pese a las circunstancias más
difíciles, a los eventos más desagradables, el estado de
ánimo puede hacer mucho para gestionarlos mejor. Dedicarnos
a buscar en las cosas que no nos gustan, en las
circunstancias incómodas, ponernos la excusa de ser
siempre víctimas, eso es lo que hace que una persona
pierda todo su poder como tal, que sus recursos internos,
su creatividad, su energía y su salud queden atrapados.
Porque ser conscientes de nuestro ánimo tiene consecuencias
no sólo en cómo funcionan nuestros procesos
mentales, también físicamente, en nuestro cuerpo.
Lo dice en un país que es de los que
menos confía en que el futuro
depende de nosotros mismos.
Es difícil cambiar ese estado
de ánimo colectivo y,
por otra parte, puede ser casi
la única manera de que
salgamos en condiciones de esto
Tenemos enormes capacidades y lo hemos demostrado a lo
largo de la Historia. Esa falta de confianza en nosotros
mismos es absurda, es como si arrastráramos un
sentimiento de inferioridad que para nada está justificado.
Si creemos que no podemos, no conseguiremos llevar
las cosas a cabo. En estos momentos de ambigüedad e
incertidumbre es cuando tenemos que ser mucho más
conscientes de que tenemos un potencial extraordinario,
que no es ninguna utopía. Pero no puede aflorar si
estamos fijándonos en las excusas y en las
justificaciones para no hacer nada.
Cita a Ramón y Cajal, pero
¿no es tener que irse muy lejos?
No creo que falten modelos en los que fijarnos, pero no
dedicamos tiempo suficiente a buscarlos. Además, me
da igual que sean del siglo XIX o en el siglo III después
de Cristo. Lo que me importa es saber que hay personas
que, viviendo una serie de valores, han marcado
diferencias, no necesito que el modelo sea
contemporáneo. Se sigue leyendo a Platón porque tiene
vigencia. Estamos hablando de principios y eso resiste
el paso del tiempo, esas referencias no varían. Siempre
es más fácil tomar una posición de víctima que de
protagonista. A veces las excusas son tan fáciles que
quedamos atrapados ahí, pero eso, finalmente, genera
resentimiento, frustración, reduce la eficiencia y, además,
empeora la salud. Sentirse víctima es un estado de ánimo
muy tóxico y, en algún momento, hay que dar un puñetazo
en la mesa y decirse "yo no nací para una vida mediocre,
sino para una vida llena de orgullo y de ilusión".
Lo que implica, en ocasiones,
no dejarse llevar por
la corriente que, ahora mismo,
es de desesperanza, frustración, etc...
Decía Ortega y Gasset que yo soy yo y mis circunstancias,
y claro que tienen impacto. Condicionan pero no determinan.
Es verdad que hay circunstancias en las que se percibe
más la ilusión y hay entornos que hacen lo opuesto, que
ponen difícil que se pueda vivir con esa pasión. Pero
siempre me gusta hablar de Helen Keller, una mujer
que siendo muy pequeña, se quedó ciega, muda y sorda
y fue la primera mujer que se graduó con honores en Harvard.
Ella dijo que había algo peor que no poder ver y era
no tener una visión. Porque cómo veas el futuro,
determina el presente. Sabía que no podía hacer
todo, pero sí algo. Decir «voy a hacer todo» no es realista,
pero sí puedes hacer algo porque ahí es donde se juega
todo. Imaginemos un mundo donde todos hacen un poco.
Tenemos que concentrarnos en la diferencia que queremos
marcar, porque es tentador irte a un foco que no funciona,
y genera frustración. Así, jamás vas a hacer nada
valioso. Esa actitud inmoviliza. No nos definen como
humanos los fracasos que tuvimos. Con un entorno más
difícil lo que ocurre es que el gesto de soberanía personal
es mucho mayor, por eso hay que esforzarse en marcar
esa diferencia. La oscuridad más intensa cambia
cuando alguien enciende una humilde cerilla.
Pero hay personas que le ponen
mucha pasión y determinación
a actitudes equivocadas, ¿no?
Estoy pensando ahora en los fanáticos.
Tienen pasión, son activos y
dispuestos a darlo todo por una visión.
Claro que hay visiones equivocadas. Son las que se
intentan imponer al resto. Si eso es lo que pretendes, te
conviertes en un dogmático. Cuando hablamos de
visión es de firme propuesta para uno mismo, no de
imponer una obligación. Algo que se propone una persona,
qué hacer con su vida. El segundo error de las visiones
equivocadas y fanáticas es considerar que están por
encima del resto. A nivel humano, nadie está por encima
del resto. Al final, estas visiones dañinas no quieren
contribuir al bienestar, lo que pretenden es dominar,
ganar estatus. No sirven como modelo.
Ahora nos encanta hablar a los
neófitos de cómo podemos cambiar,
de la plasticidad del cerebro, y resulta
que usted cree que fue Ramón y Cajal el primero.
Es que a Ramón y Cajal se le sigue citando en artículos 500 veces
por año, algo inédito en un Nobel de esa época. La neurociencia
sigue considerando a Ramón y Cajal como referencia. Y cuando
dijo lo de la plasticidad del cerebro nadie le entendió. Cajal
fue el primer científico que habló de que las personas, a
base de paciencia y persuasión, podemos moldear
nuestros cerebro. Tenía una capacidad intuitiva sorprendente:
pudo intuir la corriente nerviosa y, de hecho, dibuja las
flechas siguiendo esa corriente.
Intuyó la maleabilidad del cerebro.
Los españoles no hemos vuelto a
tener un Nobel de ciencia.
Se dice pronto. Severo Ochoa
cuenta como de EEUU.
Usted ha vivido en Boston,
¿qué tiene que pasar en España
para que consigamos algún Nobel?
En España no se valora como allí la investigación. Se habla
mucho de que es importante, pero no se valora. Los
descubrimientos científicos son procesos muy largos,
de 15 a 20 años, y nosotros, de entrada, descuidamos la
educación. En investigación, además de deseos, hay que
tener inversiones. No hay manera de que un científico
salga adelante. Cajal tuvo un carácter con un coraje y
determinación que a todos nos deja boquiabiertos,
pero no podemos depender de que aparezcan individuos
con esas cualidades. En España, los científicos tienen
que pelear por cosas que son ridículas y, cuando deciden
irse a EEUU, se van a terrenos más amables. A pesar
de eso, conseguimos cosas sorprendentes con escasos medios.
Ha hablado de educación. Sé que
hay que ser optimista,
pero es difícil serlo con este
asunto en España,
cuando se cambian leyes y no
el enfoque de cómo se enseña.
En la educación, hay que distinguir muy bien dos elementos.
El performance y lo que es el potencial. El primero es lo que
la persona hace y el potencial es lo que podría hacer o no está haciendo.
Muchas veces nos fijamos sólo en cómo lo está haciendo
y no en cómo lo podría hacer. En ese salto,
ahí es donde el método tiene que mejorar.
Hay que creer que hay personas que tienen dentro
energías dormidas y sólo así vas a permitir que esos
individuos hagan cosas que no han hecho todavía.
Si no crees en el potencial de las personas, no vas
a buscarlo. Si tú ves a un alumno y crees que es torpe,
lo vas a tratar como tal pero, si lo ves como alguien con
potencial, ganará ilusión, participará más y
así es como empezará a aflorar ese potencial.
Eso se puede aplicar al entorno social, educativo y
empresarial. Los líderes son los que ayudan a las
personas a conseguir su mejor versión. Se trata
de hacerlas sentir que son capaces de encontrar
soluciones y eso pide un cambio de mentalidad,
porque siempre nos quedamos en
una visión obtusa sobre los demás.
Un sistema educativo que incentive
a hacer preguntas,
que estimule un pensamiento
crítico, que anime a los curiosos.
Por eso precisamente los estadounidenses están por encima.
Cuando te sientes parte de un equipo a la hora de buscar
una solución, tu capacidad funciona de manera diferente.
No se trata de que seas alguien capaz sólo de
almacenar información. Es, además,
poder utilizarla de manera inteligente.
El modelo al que vamos en los sistemas de educación
es precisamente el que va a enseñar a encontrar
respuestas entre mucha información. En las empresas
ya lo han visto, con una figura de líder coach que
es el encargado de generar las preguntas para
que, entre todos, encuentren una respuesta conjunta.
Así debería ser la educación. En empresas como Google,
donde tuve la oportunidad de estar este verano,
saben que se avanza con esa colaboración.
Usted abandonó la medicina
para convertirse en un
ensayista de éxito y en
un líder motivacional.
¿Cómo fue la transición?
¿Qué culpa tuvieron sus enfermos?
No se me hubiera ocurrido trasladar esto fuera del entorno
médico, pero fueron ellos, al notar un cambio en su manera
de ver las cosas, en su salud, los que me dijeron que lo
extendiera más allá de las paredes del hospital. Así fue
como empecé a explorar si podía tener
un impacto positivo fuera de allí.
Y, llegó un momento en el que empecé a desarrollar
tanto esa vía, que tomé una decisión, que desde luego
no fue fácil, y di el salto. Estaré siempre agradecido
por todo lo que aprendí de los enfermos. La primera
conferencia, recuerdo, la di en el IESE de Madrid,
donde había realizado un máster. Di la conferencia
dedicada al talento directivo y era sobre los límites
que nos imponemos. Tuvo éxito y hace
cinco años fue cuando tuve que elegir.
¿Fue uno de esos niños
que descubrió su talento
natural pronto?
¿Se recuerda siempre
queriendo ser médico?
No, mi vocación estaba relacionada con los animales.
No era de familia, además, porque todos en casa
eran abogados o economistas. Mi héroe era Félix
Rodríguez de la Fuente pero, por circunstancias
personales, a los 16 años pensé
que quería dedicar mi vida a los demás.
Fuente: www.elmundo.es