Las rabietas de los niños
no son lo que parecen:
cómo gestionarlas
( 1ª parte )
Permitirme empezar diciendo que tanto los niños como
cualquier persona adulta necesitan dar expresión
a sus emociones y sentimientos.
Los niños son auténticos y espontáneos por tanto
sienten sus emociones intensamente.
Cuando las expresan es para hacernos ver y
darnos cuenta de su gran mal estar.
Las emociones y sentimientos están
para ser sentidas y expresadas.
Son el mecanismo de defensa que la naturaleza nos
dio para conectar con aquello que nos produce dolor o nos falta.
No obstante, muchos aprendimos a reprimirlas hace
ya muchos años por miedo a ser juzgados, criticados,
maltratados, no aceptados, rechazados, regañados,
castigados, pegados o no queridos.
Llamarle rabieta, berrinche o pataleta al comportamiento
de un niño cuando necesita expresar una intensa emoción
o sentimiento de gran mal estar es emitir un juicio y etiquetarle.
Su sentimiento de frustración e impotencia es tan grande
que lo necesita expresar llorando o gritando.
En ocasiones les negamos sus pulsiones innatas o sus
necesidades más básicas no son satisfechas.
Cuando sentimos miedo, angustia, frustración, desvalorización,
impotencia, enfado, juicio… Los índices de adrenalina y
cortisol suben en nuestro cerebro. Esto provoca una reacción
emocional descontrolada en los niños y dolor de cabeza
o migraña en adultos. En ese preciso momento para que
los índices bajen necesitan nuestra serenidad, calma,
amor y tiempo para poder relajarse y calmarse.
Si nos descontrolamos nosotros no se sentirán seguros
ni aceptados y vuelta a empezar… Tienen derecho a sentirse
mal. Nuestra responsabilidad es intentar evitar dichas
situaciones o en caso de explosión acompañar
amorosamente validando y nombrando lo que sienten.
En mi opinión, lo más importante no es cómo vamos a
acompañar estas “rabietas” o qué podemos hacer para que
se calmen una vez ya han perdido el control. Eso vendría
después. Nuestra responsabilidad como adultos es ir más
allá y aceptar y reconocer que detrás de cada “berrinche”
hay un motivo absolutamente válido y legítimo,
seamos conscientes de ello o no.
No ser conscientes ni saber qué le produjo o le sigue
produciendo tal malestar no nos exime de la responsabilidad
de intentar averiguarlo para, de este modo, poder evitarlo
en un futuro. Si nuestra mirada estuviera más en cómo
se SIENTEN en vez de en cómo se COMPORTAN
evitaríamos muchos conflictos.
Ningún niño llora, grita, pega o se enfada para
molestar o ridiculizar a sus padres.
Simplemente hacen lo que la naturaleza programó y diseñó.
Como ya he comentado las emociones y sentimientos
están para ser expresados no reprimidos.
Ya sabemos que tener que reprimir "emociones negativas"
para obtener la aprobación de los demás provoca alteraciones
en el comportamiento y el aprendizaje y nos distancia de
nuestro ser esencial, pero ese ya sería otro tema.
Nosotros, los adultos, somos quienes les podemos
hacer de modelo a la hora de mostrar nuestras emociones
y sentimientos. Desafortunadamente, a muchos de nosotros
también nos faltan herramientas y queremos y necesitamos
que sean los niños los que se controlen para
que nosotros no perdamos el nuestro.
La verdad es que debería ser al revés a mi entender. Si
estamos en un lugar público aun nos sentimos peor por
miedo a ser juzgados por las demás personas.
En esos momentos nos deberíamos preguntar:
¿Qué me pasa a mí cuando mi hijo no cumple
mis expectativas o las de los demás?
¿Dónde y de quién aprendí a tener miedo
de ser juzgado por los demás?
¿Por qué me preocupa más los que los demás estén
pensando y sintiendo que lo que piensa y siente mi hijo ahora mismo?
¿Cómo reaccionábamos nosotros de pequeños al
enfado o la frustración y cómo lo gestionaban nuestros padres?
En esos momentos sería necesario darle voz a nuestro hijo:
¿Hay algo que pudiera yo hacer
para hacerte sentir mejor?
¿Necesitas algo?
¿Puedo abrazarte o besarte?
Entiendo que estés muy enfadado o
frustrado porque… pero es que…
¿Quieres decirme o pedirme algo?
Si en ese momento no puede hablar ni escucharnos,
pasadas unas horas podemos nombrar
lo pasado y darle voz de nuevo.
Solemos ser autoritarios y arbitrarios con los niños,
les mandamos, les obligamos, les chillamos, les damos
prisas, les amenazamos, les criticamos, les sermoneamos,
les juzgamos, les castigamos, les pegamos, les
premiamos, les comparamos, les evaluamos, les examinamos...
En resumen, tienen muy pocas ocasiones para poder
ser ellos mismos y tomar sus propias decisiones.
Viven en un mundo hecho por y para los adultos.
En ocasiones se les tiene muy poco en cuenta. Somos
los adultos quienes decidimos cuando van a dormir,
cuando se levantan, cuando tienen que ducharse, cuando,
qué y cómo deben comer, qué ropa deben ponerse y cual
no, cuando pueden jugar o no y de qué forma y cuanto
tiempo, qué y cómo deben aprender y a qué
ritmo, con quien los dejamos…
Nuestras necesidades y deseos casi siempre se anteponen
a la de los niños. Son ellos quienes deben adaptarse a
nosotros y a esta rápida y estresante forma de vida.
Algunos pensaréis que exagero y en especial los que
nos denominamos padres conscientes y que practicamos
la educación y la crianza respetuosa.
No obstante, el comportamiento de nuestros hijos da
evidencias de que quizás algunas necesidades no están
siendo satisfechas y de que hay cierto malestar.
Pongámonos por un momento en su lugar. En sus cuerpecitos,
en sus mentes, en sus corazoncitos, en sus almas…
¿Qué pensáis que puede estar sintiendo vuestro
hijo, nieto o alumno ahora mismo?
Y no sólo esto sino que además nosotros, sus padres,
las personas más importantes para ellos, estamos la
mayor parte del tiempo estresados, ocupados y preocupados
por seguir el ritmo que nos hemos impuesto.
No somos, en ocasiones, el mejor modelo para ellos.
Fuente: Yvonne Laborda