La masculinidad
está matando a
los hombres:
la construcción del hombre
y su desarraigo
( 2ª parte )
En su libro, Why Men Can’t Feel (El por qué de la asensibilidad
masculina), Marvin Allen afirma que “estos mensajes animan
a los chicos a ser competitivos, a centrarse en los logros
externos, depender de su intelecto, soportar el dolor físico
y reprimir sus sentimientos de vulnerabilidad. Cuando
alguno de ellos viola el código, lo común es humillarle,
ridiculizarle o avergonzarle.”
El cliché cultural sobre los hombres totalmente disociados de
sus sentimientos no tiene nada que ver con la virilidad, más
bien es el indicativo de unos códigos de conducta religiosamente
transmitidos, en su mayoría por padres y madres bienintencionadas
y globalmente por la sociedad.
En palabras de Terry Real en la charla que mantuvimos,
este proceso de desconexión de los chicos de su yo “femenino”,
o, más adecuadamente, “humano”, es tremendamente dañino.
“Cada paso es perjudicial”, indica Real, “es traumático. Es
traumático que te fuercen a abdicar de la mitad de tu propia humanidad”.
Este dolor se aplana una vez que los hombres canalizamos
nuestros sentimientos de necesidad emocional y vulnerabilidad.
Mientras que las mujeres naturalizan su dolor, los hombres lo
exteriorizamos, hacia nosotros mismos o hacia otros.
En palabras de Real, las mujeres “se responsabilizan, se
sienten mal, lo saben y luchan por dejar de estarlo. Los
hombres solemos externalizar el estrés. Lo exteriorizamos y
nos olvidamos de nuestra responsabilidad en ello. Es lo contrario
a la autoinculpación, es como sentirse una víctima colérica.
La Asociación Nacional de Trastornos Mentales recoge en sus
datos que, incluyendo criterios de etnicidad, las mujeres son el
doble de propensas a sufrir depresión que los hombres,
pero Real está convencido de que los comportamientos
exteriorizantes de los hombres sirven para enmascarar
depresión, que en la mayoría de casos nunca
obtiene ni diagnóstico ni reconocimiento.
Ejemplos de estos comportamientos destructivos abarcan
desde lo socialmente permitido, como la adicción al trabajo,
a lo punible, como la adicción a las drogas o la violencia.
Los hombres tienen el doble de posibilidades de ser
víctimas de trastornos de ira. Según datos del Centro de
Control de Epidemias de Atlanta, los hombres ingieren más
alcohol estadísticamente que las mujeres, ocasionando “una
tasa más alta de hospitalizaciones y muertes relacionadas con
la ingesta de alcohol. Posiblemente porque hombres,
bajo la influencia del alcohol, tienen más posibilidades de
entablar otras conductas de riesgo, como el exceso de
velocidad al vehículo o circular sin cinturón de seguridad”.
Los chicos tienen más probabilidad de consumir drogas
antes de los doce que las chicas, lo que da lugar a una tasa
más alta de consumo de drogas en hombres que en mujeres
en edades más avanzadas. Los hombres en Estados Unidos
son más susceptibles de asesinar (90’5% de todos los
asesinatos) y de ser asesinados (76’8% de las víctimas), algo
que también se extiende a ellos mismos: los hombres disponen
de su propia vida cuatro veces más que las mujeres, y copan
el 80% de los suicidios.” Es interesante que por el contrario,
las estimaciones de intentos de suicidio entre mujeres sean
tres o cuatro veces superiores a la de los hombres. Y según
Prisiones, el 93% de la población reclusa son hombres.
Los efectos dañinos de este sesgo emocional que ya hemos
detallado también interfieren en la brecha de género de
la esperanza de vida. Según Terry Real:
“La voluntad masculina para minimizar la debilidad y el dolor
es tal que ha pasado a ser un factor de disminución de
esperanza de vida. Los diez años de diferencia entre la
esperanza de mujeres y hombres poco tiene que ver con la
genética. Los hombres morimos antes porque nos descuidamos:
tardamos más en reconocer que estamos enfermos, tardamos
más en pedir ayuda y una vez que nos ha sido asignado un
tratamiento, somos menos consecuentes con él que las mujeres”.
La masculinidad es difícil de conseguir e imposible de mantener,
un hecho que Real incluye y que queda de manifiesto en
la frase “frágil ego masculino”. Como la autoestima masculina
descansa temblorosamente sobre el frágil suelo de la construcción
social, el esfuerzo para mantenerla es agotador. Intentar evitar
la humillación que queda una vez ésta se ha desvanecido
puede llevar a muchos hombres a finales peligrosos.
No pretendo absolver a muchos hombres de la responsabilidad
de sus actos, solo señalar las fuerzas que subyacen bajo este
sistema de conductas que comúnmente atribuimos a criterios
individuales, ignorando sus causas de fondo.
James Giligan, exdirector del Centro de Estudios sobre
Violencia de la Facultad de Medicina de Harvard, ha escrito
numerosos tomos al respecto de la violencia masculina y
sus fuentes. En una entrevista en 2013 para MenAlive, un
blog de salud masculina, Giligan habló de sus conclusiones:
“aún no he descubierto una sola muestra de violencia que no
haya sido provocada por una experiencia de humillación,
falta de respeto y ridiculización, y que no representara un
intento para prevenir o deshacer esa “caída de máscara”,
independientemente de lo severo de su castigo, incluyendo la muerte”.
Muy a menudo, hombres que sufren continúan haciéndolo
en soledad porque creen firmemente que mostrar su dolor
personal es equivalente a haber fracasado como hombres.
“Como sociedad, respetamos más a los heridos silentes,
explica Terry Real, a aquellos que ocultan sus dificultades,
que a aquellos que dejan fluir su estado”. Y, como con otras
cosas, el coste, tanto humano como en dinero real, de no
reconocer esta tortura masculina es mayor que el de atender
estas heridas, o evitar provocarlas desde un principio. Es de
vital importancia que nos tomemos en serio lo que le hacemos
a los pequeños asignados hombre al nacer, cómo lo hacemos
y el altísimo coste emocional provocado por la masculinidad,
que convierte a pequeños emocionalmente completos
en adultos debilitados sentimentalmente.
Cuando la masculinidad se define mediante su ausencia,
cuando se asienta en el concepto falaz y absurdo de que
la única manera de ser un hombre es no reconocer una parte
esencial de ti mismo, las consecuencias son
despiadadas y parten el alma.
La disociación y desarraigo consecuentes dejan al hombre
más vulnerable, susceptible y en necesidad de muletas
para soportar el dolor creado por nuestras solicitudes de
masculinidad. De nuevo en palabras de Terry Real: “para las
mujeres, la naturalización del dolor las debilita y dificulta el
establecimiento de una comunicación directa. La tendencia
de un hombre deprimido a externalizar el dolor puede
convertirle en alguien psicológicamente peligroso.”
Hemos establecido un patrón injusto e inalcanzable, y,
tratando de vivir con arreglo al mismo, muchos hombres
están siendo asesinados lentamente. Debemos superar
nuestros obsoletos conceptos de masculinidad y nuestras
consideraciones sobre lo que es ser un hombre. Debemos
comenzar a ver a los hombres como realmente no son,
sin necesidad de probar que lo son, para
ellos o para el resto del mundo.
Fuente: www.eldemonioblancodelateteraverde.wordpress.com