La masculinidad
está matando a
los hombres:
la construcción del
hombre y su desarraigo
( 1ª parte )
Damos comienzo al proceso
de convertir a los niños en hombres
mucho antes del fin de la infancia.
Las tres palabras más dañinas
que todo hombre recibe en su niñez
es cuando se le emplaza a “ser un hombre”
Joe Ehrmann, entrenador y antiguo
jugador de la NFL
(Liga Profesional de Fútbol Americano)
No nos engañemos, sabemos desde hace tiempo que muchos
hombres están muriendo por culpa de la masculinidad.
Mientras que la construcción de lo femenino nos exige
a las mujeres ser delgadas, bellas, serviciales y al mismo
tiempo, en un precario equilibrio, virginales y follables,
la construcción de lo masculino obliga a los hombres
demostrar y redemostrar constantemente
que, bueno, son eso: hombres.
Ambos conceptos son destructivos, pero si nos atenemos
a las estadísticas, el número de hombres incluidos y
afectados y su, comparativamente, exigua esperanza
de vida dan prueba de que la masculinidad es una asesina
más efectiva, neutralizando a sus objetivos de
manera más rápida y en mayores números.
El número de víctimas atribuibles a la masculinidad
versan en torno a sus manifestaciones más específicas:
alcoholismo, adicción al trabajo y violencia. Aunque no
maten explícitamente, sí provocan una especie de
muerte espiritual, causando trauma, disociación
e, inconscientemente, depresión.
Estos elementos empeoran si nos movemos en términos
de raza, clase, orientación sexual y otros factores de
opresión, pero concentrémonos en la primera infancia
y en la socialización adolescente de manera global.
Citando a la poeta Elizabeth Barret Browning: “no es
en la muerte donde los hombres en su mayoría fenecen”.
Y, para muchos, el proceso comienza
mucho antes de llegar a la adultez.
La emocionalmente dañina masculinización comienza antes
de la adolescencia para muchos chicos, en la más tierna infancia.
El psicólogo Terry Real, en su libro I Don’t Want to Talk About It:
Overcoming the Secret Legacy of Male Depression
(No quiero hablar de ello: superar el secreto legado de la
depresión masculina) de 1998, desmenuza varios estudios en
los que se nos explica que padres y madres, inconscientemente,
proyectaron en las criaturas una especie de “masculinidad”
innata, y, por tanto, una menor necesidad de confort,
protección y afecto justo tras haberse producido el alumbramiento
y pese a que los bebés no poseen comportamientos
categorizables por género. De hecho, los bebés suelen
comportarse de maneras que nuestra
sociedad define como “femeninas”.
Como Real nos expone: las criaturas llegan a este
mundo con una dependencia, expresividad y emociones
idénticas, y con el mismo deseo de afecto físico. En los
primeros estadios de la vida, todas las criaturas se ciñen
más a lo que estereotípicamente se define como femenino.
De existir alguna diferencia, está precisamente en los
asignados hombres, más sensibles y expresivos que sus
pares femeninas. Lloran más a menudo, parecen más
frustrados y muestran más enfado cuando la
persona al cargo de sus cuidados abandona la sala.
Tanto padres como madres se imaginaron diferencias
inherentes al sexo de sus criaturas, asignadas un género
u otro. Aunque los especialistas sanitarios se encargaron
de medir su peso, tamaño, nivel de altura y fortaleza, los
progenitores informaron mayoritariamente que las
criaturas asignadas mujeres eran más delicadas y
“dulces” que las asignadas hombres, a los que imaginaban
más grandes y, por lo general, más “fuertes”. Cuando se
ofreció a un grupo de 204 adultos un visionado de la
misma criatura llorando y se le entregó a cada persona
información distina sobre el género asignado de la criatura,
adjudicaron a la criatura “hembra” una actitud miedosa,
mientras que a la criatura “macho” la describieron como “colérica”.
De manera intuitiva, estás diferencias perceptivas provocan
a su vez diferencias correlativas en el cuidado parental
que posteriormente se acaba aplicando a
estas criaturas ya asignadas hombre.
En palabras del personal a cargo del estudio: “parecería
razonable asumir que una criatura a la que se considera
asustada reciba más cariño que una que parece enfadada”.
Esta teoría se ve reforzada por otros estudios que cita Real.
Todos coinciden en que, “en el momento del nacimiento,
a las criaturas asignadas hombre se les habla menos que
a las asignadas mujer, se les reconforta menos, se les
alimenta menos”. En resumidas cuentas, los recortes
emocionales hacia nuestros hijos comienzan en el
mismo umbral de su vida, en el momento más vulnerable de la misma.
Es este un patrón recurrente a través de toda la infancia
y adolescencia. Real hace referencia a un estudio en el
cual se nos muestra que tanto madres como padres pusieron
énfasis en los “logros y competitividad de sus hijos”, y les
enseñaron a “controlar sus emociones”, o lo que es lo mismo,
instruir tácitamente a los chicos a ignorar o
minimizar sus necesidades o deseos emocionales.
De manera similar, tanto padres como madres
son más estrictas hacia sus hijos, actuando presumiblemente
bajo la premisa de que “pueden con ello”. Beverly I.
Fagot, la fallecida investigadora y autora de The Influence
of Sex of Child on Parental Reactions to Toddler Children
(La Influencia del género de las criaturas preadolescentes
ante reacciones parentales), descubrió que tanto padres
como madres ofrecían estímulo positivo a sus criaturas
ante las muestras de comportamiento “cis” (opuesto a un
comportamiento “trans”). Progenitores que explícitamente
se mostraban partidarias de la igualdad de género ofrecían,
por el contrario, más respuestas positivas a sus hijos
cuando jugaban con Legos y más respuestas negativas
a sus hijas cuando mostraban actitudes “deportivas”.
Se premiaba más los momentos de juego sin vigilancia parental,
o “logros individuales” a los chicos y se mostraban más
respuestas positivas a las chicas cuando estas requerían ayuda.
Como norma, estos progenitores ignoraban el papel activo
que estaban jugando en la socialización de sus hijos con
arreglo a roles de género. Fagot incluye que todas estas
personas adultas afirmaron que educaban de manera
ecuánime a sus criaturas, sin prestar atención a su género
asignado, una afirmación rebatida totalmente
por las conclusiones del estudio.
Sin duda, estas prontas lecciones transmiten mensajes
nefastos tanto a niños como a niñas, con consecuencias irreparables.
Sin embargo, mientras que, como afirma Terry Real,
“a las chicas les está permitido conservar la expresividad
emocional y cultivar la conectividad”, a los chicos se les educa
para eliminar esas emociones e incluso se les inculca que
su masculinidad depende casi exclusivamente de ello.
Muy a pesar de esta realidad carente de lógica, nuestra
sociedad ha abrazado completamente el concepto de que la
relación entre virilidad y masculinidad es, de algún modo, fortuita
y precaria, y se ha tatuado a fuego el mito de que “los chicos
habrán de convertirse en hombres… que los chicos, en oposición
a las chicas, deben alcanzar la sagrada masculinidad”.
Nuestros pequeños naturalizan estas ideas desde una pronta edad;
debatiendo con Real, me informó de estudios que sugieren que
estos jóvenes comienzan a ocultar sus sentimientos desde los
3 o los 5 años. “No es que posean menos emociones, es que
ya van aprendiendo las reglas del juego: que mejor no las
muestren”. Los chicos, según el imaginario popular, se convierten
en hombres no solo creciendo, sino siendo sometidos a
toda esta socialización. Sin embargo, Real también añade
algo que para chicos cis puede parecer obvio: “no necesitan
que nadie les haga hombres, ya lo son. Los chicos no
necesitan desarrollar su masculinidad”.
Es inconmensurable la influencia de imágenes y mensajes
sobre masculinidad implícitos en nuestros medios de comunicación.
Miles de series y películas lanzan propaganda a los jóvenes
(y a todo el mundo, en realidad) no tanto sobre cómo
hombres (y mujeres) ya somos sino cómo deberíamos ser.
Aunque hoy día existe mucho material académico sobre la
representación de la mujer en los medios de comunicación
y también existen miles de análisis deconstructivos de sus
perniciosos efectos gracias a feministas, no existe tanto
análisis sobre las construcciones masculinas en los mismos.
Aun así, reconocemos claramente las características que
mediáticamente se valoran entre los hombres en películas,
televisión, videojuegos, tebeos, etc.: fortaleza, valor,
independencia, la habilidad de proveer y proteger.
Mientras que las representaciones masculinas se han
complejizado, se han hecho más variadas y humanas
en estos últimos años (ya hace tiempo de El Sargento
de Hierro y del arquetipo de Superman), aún permanece
ese privilegio de algunas características “masculinas” sobre otras.
En palabras de Amanda D. Lotz en su libro de 2014, Cable Guys:
Television and Masculinities in the 21st Century, Chicos de
antena: televisión y masculinidades en el siglo XXI, aunque las
representaciones masculinas en los medios se han diversificado,
“la narración, por otra parte, ha llevado a cabo una importante
labor ideológica apoyando de manera constante a personajes
masculinos construidos desde el heroísmo o la admiración,
denostando al resto. De esta manera, aunque las series de televisión
han ampliado su muestra de tipos de hombre y masculinidades,
han conservado su “preferencia” o “predilección” por un tipo de
masculinidad cuyos atributos se idealizan constantemente.
Conocemos de sobra a este tipo de personajes que se repiten
hasta la saciedad. Son los héroes de acción indomables, los
psicópatas folladores de Grand Theft Auto, los padres de sitcom
alérgicos al trabajo doméstico casados inexplicablemente con
bellísimas esposas, los veinteañeros porretas sin oficio ni beneficio
que se las apañan para ligarse a la tía buena al final; y, aún, el
férreo Superman. Incluso el sensible y amoroso Paul Rudd de
algún modo se “masculiniza” antes de los títulos de crédito de
sus películas. Es importante reseñar aquí que un estudio de
Antiviolencia en televisión concluyó que, de media, los hombres
de 18 años en Estados Unidos ya han visionado 26.000
asesinatos en pantalla, “la mayoría de ellos, cometidos por otros
hombres.” Añadid ahora estos números a la violencia en el
cine u otros medios y las cifras son astronómicas.
La pronta anulación de los sentimientos en los chicos y
nuestra insistencia colectiva para que permanezcan en ese camino
han traído como consecuencia el cisma entre ellos y sus
sentimientos, y entre ellos mismos y sus yos más vulnerables.
La historiadora Stephanie Coontz ha llamado a esto la “mística
masculina”. Deja a las pequeñas criaturas asignadas hombre y
posteriormente, a los hombres adultos, desmembrados
emocionalmente, con pánico a mostrar debilidad y la
mayoría de las veces incapaces de acceder satisfactoriamente,
reconocer o enfrentarse a sus sentimientos.
Fuente: www.eldemonioblancodelateteraverde.wordpress.com