¿Es imprescindible,
inevitable, sufrir
para aprender a
dejar de sufrir?
Vivir no tiene por qué conllevar sufrimiento, bajo ningún concepto.
Si eso fuera así, supondría lo que los astrofísicos, aplicándolo al
Cosmos, denominan una anomalía. Sería francamente absurdo
que en la Creación (que es tuya y mía, somos parte intrínseca
de ella y, a su vez, co-creadores de ella), estuviera presente
el sufrimiento como mecanismo de expansión de la consciencia,
de recuerdo de lo que somos y es.
La Creación, porque es nuestra Esencia, es amor, puro amor.
El amor es goce, es gracia, es felicidad incausada y natural.
No necesita motivos para que esa felicidad exista, sea. Eso
es lo real. Sin embargo, es verdad que en la experiencia
cotidiana de tanta gente el sufrimiento tiene o ha tenido un
protagonismo en el recuerdo del proceso de lo que son.
Para que ese Conductor que somos (que usa el coche -el
yo físico, mental y emocional- para experienciar la vivencia
humana) recuerde lo que realmente es utiliza el sufrimiento.
Pero el quid de la cuestión está en darnos cuenta que ese
sufrimiento no es de por si necesario, no es imprescindible.
Puedes apoyarte en él si quieres a modo de bastón de
avance consciencial, pero es posible y factible evolucionar
sin necesidad alguna del sufrimiento. Y a partir de ahí,
aparece tu pregunta: ¿por qué sufrimos?
La responsabilidad de que muchas personas precisen del
sufrimiento para evolucionar en consciencia y recordar lo que
son está en la mente. Sólo en la mente, que no sirve para
ver ni vivir la vida y que, en un momento concreto de nuestra
existencia, de nuestro desarrollo, pone por delante el sufrimiento
o aparece en nuestra vida el sufrimiento ante la incapacidad
de la mente de ver la vida.
La gente vive la vida con unas gafas, que son las gafas
de la mente. Se empeña y se siguen empeñando en ver la vida
con las gafas de la mente puestas. Hay un problema y es que
esas gafas no se ven: parece que no tienen gafas, pero sí
llevan puestas las gafas de la mente. Y nos hemos acostumbrado
tanto a ver la vida a través de la mente que aparece la pregunta:
‘si no veo la vida a través de la mente, ¿a través de qué la voy
a ver?’. Pues a través del corazón. Deja a la mente a un lado.
Por ejemplo, la confianza en la vida nunca la vas a adquirir
por medio de la mente, porque la mente tiene un sistema
operativo -una formas de funcionamiento- que es el que es
y que ve a la vida torcida. La mente todo lo ve torcido. Nuestra
propia experiencia nos pone de manifiesto esto muy bien porque
la mente es la que siempre está diciendo que ‘esto es así,
pero tendría que ser de otra forma’, ‘a esto le falta no se qué’…
Pero la vida, la vida de verdad, la vida real no está torcida.
Es simplemente un efecto óptico, visual.
El ejemplo que me gusta poner es el ejercicio, el experimento,
que se hace en el colegio, cuando somos pequeños:
el profesor coge un vaso de cristal trasnparente y lleno de agua
limpia e introduce en él un lápiz. El lápiz, antes de ser introducido
en el vaso, está derecho. Sin embargo, cuando el lápiz
entra en el vaso, a través del cristal del vaso podemos ver
que se ha torcido. A partir de ahí, el profesor extrae el lápiz del
vaso y el lápiz vuelve a estar derecho. Y en cuanto vuelve a
introducirlo en el vaso con agua, volvemos a ver que el lápiz se
tuerce, se dobla. La realidad es que el lápiz nunca se tuerce.
Ni está torcido fuera del agua, ni dentro del agua. El lápiz siempre
está derecho. Es simplemente un efecto óptico, visual, que
provoca esa distorsión que hace que veamos lo que no es.
Pues bien, mucha gente, muchísima gente, se empeña en
vivir continuamente con las gafas de la mente puestas, sin
darse cuenta que, de esa manera, se está produciendo en su
vida un efecto visual, una distorsión óptica y ven las cosas
torcidas. Pero no lo están. Esta es una característica de la
mente que nos lleva a vivir en sufrimiento cuando el
sufrimiento, en absoluto, es necesario.
La mente no solamente todo lo ve torcido, sino que, en paralelo,
provoca otra falacia porque lo necesita ella en su sistema
operativo, en su modo de funcionar, que es el contraste y la dualidad.
La mente es la que crea los polos: lo positivo y lo negativo,
lo malo y lo bueno, porque los necesita como sistema de
referencia. Lo que denominamos opuestos son ritmos distintos
de una misma energía. Por ejemplo: el amor y el odio. La
gente cree que el amor es una cosa y el odio es otra. Para la
mente son extremos opuestos. Sin embargo, forman parte
de un mismo fenómeno que si tuviéramos consciencia
denominaríamos amor-odio. Debido a que el amor y el odio
forman parte del mismo fenómeno, es por lo que amigos
míos que son abogados de familia me dicen: ‘Emilio, es
curioso que donde yo encuentro más odio es en los procesos
de divorcio de personas que se han amado mucho’. Y hay
un momento determinado en el que se tiran los trastos
a la cabeza y se hacen un montón de cosas tremendas.
Se han amado mucho y ahora, sin embargo, se odian
extremadamente porque el amor y el odio forman
parte del mismo fenómeno: amor-odio.
Me gusta poner también el ejemplo de la temperatura.
La mente ve el calor y el frío. Pero el calor y el frío no son
opuestos. Cuando hablamos de calor y cuando hablamos
de frío no es sino la misma energía a un ritmo distinto, que
es la energía cinética. Cuando se mueve con rapidez,
produce calor; cuando va más lenta, genera frío. Pero es
exactamente la misma energía. No son cosas distintas. El
calor y el frío son distintos ritmos de una misma energía
-a cinética- y forman parte de un mismo fenómeno: la temperatura.
La mente crea la falacia de los opuestos y, a renglón seguido,
esto es francamente divertido, pone la atención en lo que
ella considera negativo, mientras diluye, no ve, se hace invisible
para ella, aquello que considera positivo. Por ejemplo, con
la salud y la enfermedad. La mente habla de salud como
opuesto de la enfermedad y la enfermedad como opuesto
a la salud. A partir de ahí, ¿qué hace la mente? Su
atención la coloca en la enfermedad, en lo que ella
considera negativo, no en la salud. Eso hace que cuando
la gente está sana, no se de cuenta. Las personas sanas
se levantan por la mañana y no se percatan de que
están sanas. No se levantan agradeciéndose a si mismos
y a la vida tener un día por delante para vivirlo con
salud. No lo computan, utilizando un lenguaje informático.
¿Cuándo se acuerda la gente, al empeñarse en ver la
vida a través de la mente, de la salud? Cuando enferman.
¿Cuánto tiempo dura ese recuerdo y esa valoración de la
salud? El tiempo que estén enfermo. En cuanto sanan, se
vuelven a olvidar otra vez de la salud, porque la salud
no es computada por la mente. Así funciona la mente.
Esto es para reírse a carcajadas de nosotros mismos.
Es muy divertido.
Y te preguntarás, ¿qué tiene que ver esto con el sufrimiento?
Bien. Los procesos conscienciales, el estado de consciencia,
no evoluciona por los libros, por los vídeos, por ir a charlas
ni a talleres, ni siquiera a mis propias charlas, ja, ja, ja…
Evolucionamos por las experiencias, que son las que
impulsan el proceso evolutivo. Con eso no quiero decir
que el compartir, que los libros, los vídeos, las charlas,
no tengan su sitio porque, a veces, algo que tú ya tienes
aquí, parece que necesitas que alguien lo diga para que te
des cuenta de que ya lo sabes. Y eso le pasa a bastantes
personas. Por tanto, tienen su utilidad.
Evolucionamos en consciencia a través de las experiencias.
Pero tú vives la vida a través de la mente. La mente funciona
en el contraste y para la mente, la salud y las experiencias
de gozo es como si no existieran. Sólo computan las experiencias
de sufrimiento. Las de gozo no las ves. Por esto, tú
mismo te ves obligado a crear experiencias de sufrimiento
en tu vida porque si no es por medio de ellas no vas
a vivir experiencias que nutran tu proceso
consciencial, de desarrollo consciente.
Por seguir con símiles, para la mente, ensu mundo de opuestos
y dualidades, hay experiencias de zumo de naranja y
experiencias de zumo de limón. Tanto el zumo de naranja
(dulce) como el zumo de limón (amargo) nos aportan
las vitaminas para que evolucionemos en consciencia.
Aquí tenemos los dos vasos: el de naranja y el de limón,
el dulce y el amargo. Bebas de uno o bebas de otro, ambos
te proporcionan los nutrientes que impulsan tu proceso
consciencial, del recuerdo de lo que eres, el proceso para
que tomes el volante y seas el conductor de tu vida. Pero
como estás viendo la vida a través de la mente, las experiencias
de gozo, de zumo de naranja, no las ves. Sólo vez el
zumón de limón. Y como necesitas vitaminas, nutrientes,
para evolucionar en conscienia y sólo ves el zumo de
limón -el amargo, el sufrimiento, la tristeza, la soledad, la
ruptura, la enfermedad, etcétera- creas tu mismo en tu vida
experiencias de zumo de limón. Pero también tienes a tu
disposición el zumo de naranja… La gente me dice: ‘es que
estoy ya cansada de sufrir’. Pues bebe zumo de naranja.
‘¿Pero dónde está el zumo de naranja?’. Quítate las gafas
de la mente y verás al zumo de naranja.
Mientras no te quites las gafas de la mente, no vas a
evolucionar mediante experiencias de salud. Se puede
evolucionar en salud. Te levantas por la mañana, tomas
consciencia de la salud, miras por la ventana, agradeces a la
vida, te agradeces a ti mismo el vivir ese día de una forma sana,
con energía, y eso te mete un montón de nutrientes en tu
proceso consciencial. Pero eso la gente no lo hace. Es
incapaz de hacerlo porque no ve la salud, no la valora.
Termino compartiendo que, a lo largo de la historia de la
humanidad, hay gente que se ha dado cuenta de esto
perfectamente. Por ejemplo, me gusta siempre hablar
de San Juan de la Cruz, siglo XVI, y Silvio
Rodríguez, en el siglo XX.
San Juan de la Cruz, Juan de Yepes, en el siglo XVI,
dijo algo extremadamente potente que resuena absolutamente
en mi corazón: ‘El más perfecto grado de perfección
a que en esta vida se puede llegar es la transformación
en Dios’. Fíjate que él dice ‘a que en esta vida se puede
llegar’. No tienes que “ascender” a otro plano. Y esa
transformación en Dios es simplemente que vivas tu vida
desde el Conductor que eres, tomando el mando consciente
desde tu divinidad. Llamó a esto ‘el subido sentir de la
divina esencia’: el Conductor que coge
el mando consciente del coche.
Pero curiosamente, cuando esto de la transformación
en Dios lo vierte en un poema, San Juan de la Cruz,
metafóricamente, habla de ‘la amada en el amado transformada’.
¿En qué poema incluye Juan de Yepes esta transformación
en Dios, este ‘amada en amado transformada’? San Juan
de la Cruz escribió, por ejemplo, ‘El Cántico Espiritual’,
que es un poema lleno de gozo, de alegría, de sensualidad,
parecido a ‘El cantar de los cantares’, y no es ahí donde
lo mete. Y escribió otros muchos poemas que nos hablan
de ‘llama de amor viva’ y cosas muy sublimes. Pues no:
lo incluye en un poema titulado ‘Noche Oscura’ porque él
se dio cuenta de que, como la experiencia de día luminoso
no lo vemos, no nos aporta nutrientes en el proceso de
recuerdo de lo que somos, necesitamos “la noche”.
No es un requerimiento de la Creación, del Cosmos. Es
una necesidad nuestra como consecuencia de que
vivimos la vida a través de la mente y la mente no ve el día
luminoso, no lo computa. Y eso es lo que hace que Juan
de Yepes, en ese poema de ‘La Noche oscura’
diga eso de que:
¡Oh noche que guiaste;
oh noche amable más que alborada;
oh noche que juntaste Amado con Amada,
Amada en el Amado transformada!
Posteriormente, ya en el siglo XX, Silvio Rodríguez, el canta-autor
cubano, escribió una canción que es una preciosidad: ‘El Elegido’.
En esa canción habla de ti, de mí y de todos los seres humanos
porque habla de un ser de otro mundo. Lo que tú y yo somos.
Nosotros no somos de este mundo. Nadie es de este mundo.
Somos de todos los mundos habidos y por haber y ahora
estamos aquí, tenemos consciencia de estar aquí encarnados.
Somos de este mundo, pero de todos los demás mundos.
Y él habla de un animal de galaxia que va de planeta en
planeta, que es lo que nosotros hacemos: de plano en plano,
viviendo experiencias. Hay un momento determinado, dice la
letra de la canción, que ese ser de otro mundo ‘decide bajar a
la guerra. Perdón, quise decir a la Tierra’. Es decir, se encarna
en el plano humano como hemos hecho tú y yo. Y en la canción,
cuando ese Ser de otro mundo encarna en la Tierra, se da
cuenta inmediatamente de algo que a nosotros nos ha
costado mucho trabajo. Se percata de cómo funciona esto
y lo resume de la siguiente manera: aquí ‘lo terrible se
aprende enseguida y lo hermoso cuesta la vida’.
Y esa es la realidad de la experiencia humana. Parece que
cuando estamos en salud, en armonía desde el punto de
vista de nuestras relaciones personales, que si tenemos
trabajo y estamos bien económicamente, y estamos en
pareja, y no estamos en soledad, y estamos contentos,
y sentimos bienestar… pues ahí es como si eso
estuviera completamente aletargado.
Eso sí, en cuanto que en la vida sucede algo que rompe
eso, te empiezas a preguntar cosas, te empiezas a acercar
a gente que antes no te acercabas, empiezas a interesarte
por libros, por vídeos que antes no te importaban. Una
ruptura de pareja, problemas económicos, la pérdida de
seres queridos… hacen que la gente reaccione. Esas
experiencias las estamos creando nosotros, la estas creando
tú mismo, porque es la única forma de que te empieces
a plantear cosas que si no, no te plantearías. La
enfermedad, igualmente, la generamos nosotros. La enfermedad
es un proceso de sanación interior que tiene un síntoma
exterior que denominamos enfermedad. Y la estás creando
tú porque cuando aparece en tu vida entonces sí te
empiezas a plantear cosas que mientras estabas sano
nunca te planteabas. Si, es radicalmente absurdo, pero
es consecuencia de vivir la vida a través de la mente,
que todo lo ve torcido, en dualidad y funciona en el
contraste, situando su atención en lo
negativo y nunca en lo positivo.
Fuente: www. luzenagora.wordpress.com