Deja de ser quien
crees que eres
para vivir todas las
posibilidades de tu existencia
- la última lección de
Sócrates en El Banquete-
Una de las últimas escenas de El banquete nos muestra a
Agatón, Aristófanes y Sócrates conversando a la luz del
amanecer, “cuando los gallos ya cantaban”. Después de
comer, beber y conversar (todo intensamente, todo vivamente),
ellos fueron los últimos sobrevivientes del festín, por así decirlo.
Quien los ve es Aristodemo, otro de los invitados a la comida
en honor a Agatón y uno de los varios a quienes el alcohol,
el cansancio o la combinación de ambos terminó por vencer.
Por un instante, Aristodemo abre los ojos entre su sueño de
beodez y mira ahí cerca a aquéllos, todavía despiertos y
“pasándose una gran copa de izquierda a derecha”. “Sócrates,
naturalmente, conversaba con ellos”, nos dice la narración.
¿De qué habla Sócrates en esos momentos finales del Banquete?:
Aristodemo dijo que no se acordaba de la mayor parte de
la conversación, pues no había asistido desde el principio
y estaba un poco adormilado, pero que lo esencial era –dijo–
que Sócrates les obligaba a reconocer que era cosa del
mismo hombre saber componer comedia y tragedia, y quien
con arte es autor de tragedias lo es también de comedias.
Según afirman los comentaristas de este Diálogo, no hay
otro momento en que Platón profundice sobre esta tesis
socrática y, al parecer, ni siquiera lo vuelve a mencionar.
Otros le han prestado mayor atención y han querido ver
menos una escena circunstancial que la clave para
interpretar todo lo expuesto anteriormente.
Si por un momento dejamos de lado los comentarios
ya existentes en torno a este fragmento y, a cambio, lo
examinamos por cuenta propia, quizá podríamos
arribar por nosotros mismos a ciertas conclusiones.
De entrada, consideremos que Sócrates departe con dos
poetas, uno trágico y uno cómico –Agatón y Aristófanes,
respectivamente. Pensemos también que, en la Grecia de
esa época, los autores solían estar consagrados a un
solo género, es decir, los poetas trágicos sólo escribían
tragedia, los cómicos sólo comedia, los épicos sólo épica,
etc. Se trataba, al parecer, de una regla tácita que, por otro
lado, podría tener fundamento en la capacidad misma del
autor: incluso en nuestros días, lo usual es que un escritor
se aboque al género en donde demuestra más habilidad,
y cuando prueba suerte con otros, pocas
veces el resultado es exitoso.
Sócrates, sin embargo, defiende otra postura. Ante un
poeta trágico y otro cómico, él parece representar
cierta síntesis dialéctica en donde la tragedia y la comedia
se unen, sin mezclarse ni confundirse quizá, pero
sí confluyendo en el mismo talento creativo.
Más allá de las interpretaciones existentes, podría ser
coherente considerar esta hipótesis a la luz de la teoría
sobre el amor que el filósofo recién ha compartido con
todos los convidados al Banquete. Si recordamos bien,
después de escuchar los elogios a Eros que han realizado
los propios Agatón y Aristófanes, Erixímaco, Pausanias
y Fedro, Sócrates recurre a las enseñanzas recibidas
de Diotima y expone un concepto del amor mucho más
amplio que el de sus compañeros de velada. Todos, dice
Sócrates, hicieron del elogio un mero listado de cualidades
o virtudes de Eros: “todos los que han hablado antes no han
encomiado al dios, sino que han felicitado a los hombres por
los bienes que él les causa”, dice al iniciar su discurso
como una especie de reproche. Sócrates, en cambio, intenta
definir la naturaleza de Eros y, grosso modo, nos lo presenta
como un “demon” que impulsa al ser humano a vivir.
Dicho así, claro, puede sonar sencillo, y aunque podría
agregarse cierta exactitud platónica al respecto, lo cierto es
que la idea socrática del amor apuesta sobre todo por la
vitalidad, porque sólo viviendo la vida con todo lo que
puede aportar nuestro ser, intentando agotar esa
vitalidad que, paradójicamente, es inagotable por definición,
es cuando podemos decir que estamos realmente vivos.
Y Eros es, para Sócrates, el responsable de ello.
Eros nos impulsa a vivir nuestra existencia
¿Y esto qué relación puede tener con la tragedia y con
la comedia y con la hipótesis de que un autor tendría
que ser capaz de escribir ambos géneros?
De nuevo en el campo de la interpretación, podríamos
pensar la idea en sentido figurado. Podríamos decir que
más que a un autor como escritor y poeta, quizá Sócrates
estuviera pensando en el ser humano como autor de
su propia vida, “guiado por el deseo y el amor”.
Ese ser humano a quien el contacto con Eros vuelve
poeta “aunque antes fuera extraño a las Musas”, según
defiende Fedro, debería tener el arte suficiente para
componer tragedias y comedias en su propia vida,
lo cual podría ser una forma de decir que el ser humano
debería ser capaz de vivir todos los matices de su vida
con el mismo talento, con la misma creatividad,
con el mismo ánimo vital con que experimenta unos y otros.
Sócrates, en este sentido, podría estar invitándonos a
sacudirnos las categorías con las que a veces nos
vestimos (o nos vistieron) para andar por el mundo.
No es que haga falta llamarse artista para hacer arte,
no es necesario definirse como una persona atlética
para hacer ejercicio, no se necesita presentarse
como budista para tener compasión por lo demás o
creerse culto para leer o escribir. Con cierta frecuencia,
esa idea que llegamos a hacernos de nosotros mismos
nos impide explorar y probar otros ámbitos de la vida
que miramos de lejos y con cierta frustración anticipada
por creer que eso no es para nosotros o que
nosotros no estamos hechos para eso.
“Quien con arte es autor de tragedias lo es también de
comedias”, nos dice Sócrates, y quizá podríamos
releer esa frase para decir que Eros nos hace querer
amar por igual lo trágico y lo cómico de la vida, junto con
todo aquello que se encuentra entre esos dos
puntos equidistantes de la existencia.
Fuente: www.pijamasurf.com