M I E D O, R I E S G O
E I N C E R T I D U M B R E
El ser humano ha estado en íntima relación con el miedo desde sus
mismos orígenes, hace dos millones y medio de años. La aparición de las
emociones, y el miedo no es una excepción, suponen una ventaja evolutiva
fundamental, ya que implican una evaluación del entorno que puede ser de
extrema importancia cuando está en peligro nuestra supervivencia física.
Recordemos que si nuestro cerebro tiene una misión fundamental, es la de
proteger nuestra vida. Por otra parte, el miedo es una emoción sumamente
paradójica porque es a la vez una ventaja a la hora de lograr seguridad, y
es un gran inconveniente a la hora de arriesgarse, de probar cosas nuevas
y, en definitiva, de cambiar. Si careciéramos de la emoción a la que
denominamos miedo entonces no seríamos personas valientes, sino que
seríamos unos completos temerarios, porque no reconoceríamos peligros reales
que pueden acabar con nuestra vida en el sentido más literal de la palabra.
Por otra parte, si el miedo tuviera tal poder sobre nosotros que en lugar de tener
nosotros miedo, el miedo nos tuviera a nosotros, entonces nuestra vida no sería
más que una experiencia de alerta y de alarma constante que no nos dejaría
descansar ni un instante. Las reacciones de miedo están mediadas
fundamentalmente por tres estructuras cerebrales que son el núcleo central
del miedo, el hipotálamo y la sustancia gris periacueductal.
La Naturaleza es muy sabia, de hecho es tan sabia y se fía tan poco
de algunas de nuestras estrategias conscientes que, cuando detecta un peligro
como por ejemplo una serpiente, pone en marcha mecanismos de huida antes
de que ni siquiera nos demos cuenta a nivel consciente de que lo que tenemos
delante es una serpiente. El problema surge cuando lo que se siente
amenazada no es nuestra supervivencia física, sino la imagen que tenemos
de nosotros mismos, la idea que tenemos de lo que somos y que es el resultado
de las experiencias que hemos ido acumulando a lo largo de nuestra vida. Con
esta imagen se produce una situación muy particular, y es que forma como otra
persona, una identidad que ha de ser protegida de la misma manera en la que
el cuerpo físico ha de ser protegido, claro que ahora los peligros son de otra
índole. Esta imagen no se siente tan atemorizada frente a una serpiente,
como se siente atemorizada cuando alguien “ataca” la idea que se ha hecho de sí misma.
Si careciéramos de la emoción a la que denominamos miedo entonces
no seríamos personas valientes.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que, desde que somos pequeños,
nos insisten en cómo deberíamos de ser. Si nosotros creemos que no somos
como deberíamos de ser entonces aparece otra nueva imagen que hay que
proteger. Ya no sólo hay que estar atento para que nadie desafíe la idea que
tenemos de nosotros mismos, además hay que estar atento para que los
demás no descubran que no somos quienes “deberíamos de ser” según las
creencias de nuestra sociedad y de nuestra cultura. Ya puede imaginarse
el lector que la situación de tensión en la que se vive cuando uno tiene que
proteger, por una parte, su cuerpo físico, por otra su imagen mental de lo que
es y, por último, su imagen mental de lo que no es, resulta tremenda y es
una causa fundamental de nuestro sufrimiento como humanidad.
Es interesante destacar que estas imágenes, cuando se sienten
amenazadas, activan también la amígdala, el hipotálamo y la sustancia
gris periacueductal, exactamente igual a lo que ocurre cuando nos
encontramos ante un depredador, aunque tal vez, eso sí, con menor intensidad.
Las estrategias de ataque o huida, tan útiles en el caso de enfrentarse a un
depredador, no resultan tan útiles a la hora de conversar con alguien que ve las
cosas de manera diferente a como las vemos nosotros, y que nos ve diferentes
a como nos vemos. Por eso exige tanto entrenamiento el dar y recibir feed-back,
porque nuestra propia identidad, la imagen que nos hemos hecho de nosotros
mismos, puede sentirse amenazada. Lo que se resiste persiste, lo que
se acepta se desvanece. El miedo que tenemos en los procesos de
cambio no es porque nuestra supervivencia física corra peligro, sino
porque nuestra imagen sí lo corre. Cuando uno cambia, esa imagen también
cambia y, aunque sea para lograr una mejora, a esa imagen no le interesa
que se la cambie un ápice. Es como esos niños pequeños que se anclan
en un no y cuesta mucho sacarles del no. La imagen se siente amenazada
ante el riesgo, pero mucho más ante la incertidumbre, porque en ésta hay
muchos menos parámetros de orientación, uno tiene muchos menos
puntos de referencia y, por eso, la sensación de amenaza es mucho
mayor. Propongo una estrategia frente al miedo que es diferente a las
estrategias de ataque, defensa y huida que tan útiles son para hacer frente
a los peligros físicos. Como en este caso, la estrategia es para hacer
frente a la sensación de amenaza de la imagen que nos hemos hecho de lo
que somos y de lo que no somos, y dado que las reacciones de ataque, defensa
y huida son, en este caso, estrategias muy poco efectivas y por las que se paga
un precio muy alto (salud, rendimiento, disfrute, relaciones…), necesitamos
probar otro tipo de estrategia que, en este caso, tiene dos facetas.
Una es la aceptación y otra es la compasión.
La aceptación consiste en que, cuando sienta que mi imagen se siente
amenazada, en lugar de atacar, huir o defenderme acepte, abrace la emoción,
me permita experimentar el miedo como la emoción que, en ese momento,
forma parte de mi existencia. Es importante saber que lo que está manteniendo
ese miedo virtual es que, constantemente, lo reforzamos al resistirnos a
experimentarlo plenamente y al utilizar estrategias de ataque, defensa o huida,
que lo único que hacen es aumentar el poder que tiene el miedo sobre nosotros.
Lo que se resiste persiste, lo que se acepta se desvanece.
La otra estrategia es la compasión. Compasión es conectar con nuestro
sufrimiento, es darnos apoyo a nosotros mismos y, a la vez, ser firmes, que no
duros, cuando hemos de serlo. La compasión es observarse para entenderse sin
juzgarse, sin catalogarse. De la aceptación y de la compasión surge una nueva
forma de comprender, una nueva forma de ver que se acerca a lo que
denominamos sabiduría. Igual que la luz disipa la oscuridad, la auténtica
compasión disipa muchos de nuestros miedos.
Fuente: www.marioalonsopuig.com