Y o t a m b i é n t e n g o
u n a c u e n t a e n
P a n a m á
Me confieso titular de una cuenta en Panamá…
Así, como suena: una sociedad opaca a la que desvío
fondos para no tener que tributar. Asumo mi responsabilidad
aunque, sin querer justificarme, también expreso que no era
totalmente consciente de ello: me enteré el otro día meditando…
Me desperté pronto, antes de hora, y me entretuve un rato
ganduleando mientras esperaba que sonara la radio despertador.
Pero decidí levantarme y sentarme un rato a meditar, dejando que
la radio hiciera de gong final llegado el momento. Así lo hice y, unos
quince minutos después, saltó la radio a las siete en punto,
sacándome abruptamente del silencio y la quietud con los
titulares del día: “Los papeles de Panamá revelan nombres
conocidos y entidades con prestigio como titulares de
cuentas bancarias sospechosas”…
Confieso que fue una salida brusca del templo al mercado:
una cosa es ir de uno a otro con cierta fluidez y elegancia, y otra
muy distinta salir catapultada del sancta sanctorum matutino
para encontrarme de fango hasta el cuello.
Durante todo el día Panamá y sus papeles se quedaron de
música de fondo, extrañamente arraigados en mi consciencia.
El por qué no lo sabía: en el silencio y la quietud meditativa,
mi mente es mucho más receptiva a lo que aparece, como
ciertas comprensiones, intuiciones o inspiraciones. Meditar no es
un hobby, un deber o una moda, es todo un entrenamiento que
pule y afina una receptividad mental y supramental, más profunda
que la reflexión cognitiva o conceptual; es otro nivel.
Por eso meditar con asiduidad refuerza y da consistencia
al trabajo personal de crecimiento y maduración.
Así que ese primer mensaje sonoro de la mañana,
lanzado en medio de mi silencio interno, había encontrado
una autopista despejada para colarse raudo como una
flecha en mi mente y quedarse allí todo el día.
Y pensé: “¡Qué fastidio! Anoto para no repetir…
Finalizaré siempre con el inspirador sonido del gong…”
Entonces apareció la pregunta del millón: “¿Para qué?
¿Para qué esta pequeña anécdota?
¿Puedo mirarla con otros ojos?
¿Cómo elijo situarme ante ella?
No puedo cambiar la mayoría de acontecimientos que vivo,
pero siempre puedo elegir cómo los vivo”.
De hecho esta es la lección cero de quien peregrina
por lo transpersonal; y la número uno, inmediatamente
después de la anterior, es que no siempre se trata de bucear
en las profundidades oceánicas misteriosas: a veces sólo
hay que abrir los ojos y contemplar, con curiosidad y apertura,
la gota de rocío prendida en la hoja de la maceta de mi ventana.
…Y entonces me di cuenta:
“¡Yo también tengo una cuenta en Panamá!”
Mi Panamá no es un territorio geográfico, mi cuenta
no es monetaria, pero hay un Panamá, hay una cuenta a
mi nombre y además me sirve para evadir en la opacidad.
Utilizo mi propio Panamá cuando, en algunas situaciones
elijo evadir-me y escapar-me ante lo que me duele,
me desagrada o me reta.
Entonces rauda y veloz saco mi capital de la situación,
y lo coloco en mi paraíso fiscal particular. Allí llevo los
aspectos míos que aún no he integrado y me molestan,
las dificultades que constantemente aplazo resolver, los miedos
que evito mirar de frente…. Simplemente los saco de mi tierra,
de mi país, para colocarlos en una sociedad opaca en Panamá.
Digo opaca porque normalmente ni yo misma sé muy bien de qué
se trata y me cuesta comprenderla… ¡A mí, que soy su titular!
Suele ser un cúmulo difuso y poco claro de emociones,
desasosiegos o inquietudes camufladas. Allí aparentemente
me rentan más, o lo que creo que es lo mismo: me incordian
menos… Pero tarde o temprano sé que mi cuenta en Panamá se
verá descubierta; solo es cuestión de tiempo que aparezca algún avispado.
Ese lugar recóndito y escondido lo utilizo para evadir y evadir-me.
De ese modo me pierdo el enterarme de dónde estoy y cómo
estoy, me pillo pensando una cosa y haciendo la contraria, me
impongo sutilmente un límite para no crecer. Para mantener
la solvencia de mi cuenta suelo poner la responsabilidad de mi
malestar fuera de mí, en los otros, en las circunstancias, en lo inevitable…
Y según el saldo de esa cuenta va engordando
suele suceder que, proporcionalmente, yo me distraigo:
me entretengo con el hacer y descuido el ser, disuelvo
mi malestar en las prisas, el ruido o la superficialidad; me voy
alejando de mi centro, me voy evadiendo de mi esencia, voy
acumulando sin darme cuenta más tensión; me voy durmiendo
e incluso corro el riesgo de encaminarme hacia el colapso interior,
que es el hecho de confundir el sueño con lo real.
¡Entonces todo acaba patas arriba!
Cuando invierto allá, también defraudo, porque no
solo “hacienda somos todos”, sino que “la Conciencia
somos todos”, y eso es aún más importante.
En realidad, más que “ser”, “inter-somos”.
Por eso, cuando me evado de crecer, estoy restando
la cuota que me corresponde aportar en la imparable
evolución de la conciencia, estoy dejando de contribuir al
bien global de la Vida, renunciando a escribir el
capítulo que me toca en un misterioso Plan.
No es indiferente lo que yo hago o dejo de hacer, miro
o escondo, atravieso o ignoro… Es la cuota que a mí me
toca aportar en la ola universal que nos va llevando hacia una
plenitud que escapa a todo lo que podamos imaginar. Cuando
creo que no puedo transformar el mundo olvido que, cuando
yo me voy transformando, ya estoy transformándolo, en una
red de Indra gigantesca y universal.
Hoy, aún reconociendo que tengo una cuenta en Panamá,
me comprometo a ir regularizando mi situación; a salir del
juicio superficial y condenatorio ante la corrupción de los otros y a
poner en cuestión mi creencia de que “lo que sucede fuera es el
problema y nada tiene que ver conmigo”; a plantearme, aunque
a veces me resulte duro, que si lo reconozco fuera es porque de
algún modo también está en mí; a comprender que el camino fácil
es el de condenar la corrupción de los demás, pero el camino
íntegro y comprometido es ir saneando mis propias zonas corruptas.
Para caminar por territorios transpersonales estaré atenta a
volver una y otra vez la mirada hacia dentro, a reconocer-me
en el otro y a dejar de echar balones fuera. Seguiré empeñada
en integrar el templo y el mercado, lo espiritual y lo terrenal,
como las dos caras de una misma moneda.
No sé tú, pero yo hace un tiempo intentaba constantemente
volar con una sola ala, como si de una disyuntiva se tratase:
o el cielo o la tierra, o lo individual o lo colectivo, o la política
o la espiritualidad, o la terapia o la meditación…
Descubrir la vía transpersonal me enseñó que, para volar, no
solo hacen falta dos alas, sino además que vayan acompasadas.
Pero esto ya es otra historia que quizás algún día me anime a contarte.
Fuente: www.escuelatranspersonal.com