El monje y el helado
de chocolate,
un cuento budista
sobre el ego
Muchas veces hemos oído nombrar al ego como el
causante de la soberbia o culpable del sufrimiento de una
persona ante una situación indeseada. Pero… ¿qué es el ego
exactamente y cómo afecta a nuestra felicidad?
Para la psicología occidental es una representación que
hemos elaborado de nosotros mismos. En cambio, desde el
punto de vista budista el ego es una actividad, la tendencia
recurrente a identificarnos con cualquier cosa que mantenga
esa representación que creemos ser.
Con este cuento budista veremos cómo esta identificación
nos mantiene separados del mundo y nos aporta sufrimiento
e insatisfacción, aparte de fomentar la competitividad. Disfrutad la lectura.
“La felicidad no es algo que haya que obtener.
Por otra parte, usted es siempre la felicidad.
Ese deseo nace de la sensación de estar incompleto.
¿Para quién existe esa sensación
de estar incompleto? Averígüelo.
Usted está dichoso cuando duerme profundamente.
Ahora no lo está.
¿Qué se interpuso entre esa dicha
y esta desdicha?
El ego.
Busque su origen y descubra
que usted es la Felicidad.”
-Ramana Maharshi-
Una prueba para el ego con sabor a chocolate
Joel había llegado hacía ya tres años a una de las más
antiguas comunidades budistas del Tibet y allí ansiaba
ser ordenado para convertirse en un monje ejemplar.
Todos los días, a la hora de la cena, le preguntaba a
su maestro si al día siguiente se celebraría la ceremonia de
su ordenación. “Todavía no estás preparado, primero debes
trabajar la humildad y dominar tu ego”, le respondía su mentor.
¿Ego? El joven no entendía por qué el maestro se refería
a su ego. Pensaba que merecía ascender en su camino
espiritual ya que meditaba sin descanso y leía
a diario las enseñanzas del Buda.
Un día, al maestro se le ocurrió una manera de demostrarle
a su discípulo que todavía no estaba preparado. Antes de dar
comienzo a la sesión de meditación anunció: “Quién medite
mejor tendrá como premio un helado”. “De chocolate”, añadió el anciano.
Tras un breve alboroto, los jóvenes de la comunidad
comenzaron a meditar. Joel se propuso ser el que mejor
meditara de todos sus compañeros. “De esta forma, le demostraré
al maestro que estoy preparado para la ordenación. Y me
comeré el helado”, concluyó el discípulo.
Joel consiguió centrarse en su respiración, pero al mismo
tiempo visualizaba un gran helado de chocolate que iba y venía
como subido en un columpio. “No puede ser, tengo que dejar de
pensar en el helado u otro lo ganará”, se repetía.
Con mucho esfuerzo, Joel lograba meditar por varios minutos
en los que simplemente seguía el compás de su respiración,
pero enseguida se imaginaba a uno de los monjes chuperreteando
el helado de chocolate. “¡Maldición!, debo ser yo quién
lo consiga!”, pensaba el joven angustiado.
Cuando la sesión finalizó, el maestro explicó que todos lo
habían hecho bien, salvo alguien que había pensado demasiado
en el helado, es decir, en el futuro. Joel se incorporó antes de decir:
-Maestro, yo pensé en el helado. Lo admito.
¿Pero cómo puede saber que fui yo quien pensó demasiado?
-No puedo saberlo. Pero sí puedo ver que te has sentido tan
aludido como para levantarte e intentar situarte por encima de
tus compañeros. Así, querido Joel, es como actúa el ego:
se siente atacado, cuestionado, ofendido…
y pretende tener razón en el juego de ser superior a los demás.
Aquel día, Joel aprendió que todavía le quedaba mucho
camino por recorrer. Trabajó su humildad y los impulsos
del ego. Vivió en el presente y no intentó quedar por encima
de los demás. También entendió que no le convenía
identificarse con sus logros.
Así, con trabajo y paciencia, llegó el gran día. Fue aquel en el
que el maestro llamó a su puerta para anunciarle que por fin
estaba preparado para lo que tanto había ansiado.
Cuando llegó al templo no encontró a nadie allí. Solo una
pequeña tarima y sobre ella… un helado de chocolate. Joel consiguió
disfrutar del helado agradecido, sin sentirse decepcionado.
Y a continuación, le ordenaron.
Cada persona tiene su particular helado de chocolate: aquello
que anhela conseguir. El problema reside en tener la mente
puesta en él, impidiéndonos disfrutar del presente.
Tendemos a confundir nuestros logros con nuestra valía e
identificarnos con ellos. El ego se encarga de empujarnos a
desear quedar por encima de los demás y ofendernos
si alguien nos señala algún fallo.
Si logramos detectar nuestro ego y desactivarlo,
automáticamente abandonamos la necesidad de criticar,
discutir, competir o juzgar. Así, nos deshacemos del papel
de víctima, del sufrimiento que conlleva no cumplir con las
demandas del ego… ¡Y conseguimos disfrutar de los helados!
Fuente: www.lamenteesmaravillosa.com