¿ D ó n d e a c a b a s ?
Uno de los aspectos más interesantes de los nuevos paradigmas en los que
estamos entrando es que la ciencia haya confluido con la espiritualidad a la hora
de reconocer que existe una consciencia omnipresente que lo abarca y vincula
todo. Por supuesto, la terminología científica es distinta; no habla de una
consciencia universal sino del campo punto cero y del intercambio continuo de
energía que tiene lugar a nivel subatómico. Pero vamos a parar al mismo sitio.
En el ámbito de la experiencia presuntamente subjetiva de los individuos,
que en este caso es la experiencia probablemente más objetiva que se puede
tener, está el testimonio de tantísimos místicos que afirman que la iluminación
consiste en la caída del velo que nos hace incurrir en la ilusión de la individualidad;
con la caída de dicho velo experimentamos nuestra unidad con el Todo. Los hay
que incluso describen que dejan de percibir los límites de su cuerpo físico y se dan
cuenta de que lo que hay es un continuo de energía prácticamente indiferenciado.
En las charlas que estoy impartiendo sobre la felicidad parto de esta base para
invitar a los asistentes a llevar a cabo una práctica. Puedes hacerla ahora.
Cierras los ojos y te haces consciente de tu cuerpo. Bien, de hecho, ¿de qué
partes de tu cuerpo consigues hacerte consciente? De algunas sí y de muchas
no. A la vez, eres consciente de muchos inputs que te llegan del exterior: todo lo que
escuchas y hueles; y, si abres los ojos, allí hasta donde alcanzas ver.
Así pues, ahora que estás con los ojos cerrados, ahora que no ves tu piel y
que solo identificas tus límites por los puntos de apoyo de tu cuerpo, ¿dónde
puedes considerar que empiezas y acabas?
Si en vez de que te recubriese la piel tu «envoltorio» fuese una especie de
vapor indefinible, ¿dónde considerarías que acabas? Tal vez allí donde alcanzas
a ver, ¿por qué no? O allí donde alcanzas a escuchar. ¡O a imaginar!
Sin necesidad pues de «iluminarte» puedes hacerte una idea de la realidad
que describe tanto la ciencia como la espiritualidad como la mística de que,
de hecho, somos mucho menos individuales de lo que en principio asumimos.
Si dejamos de considerar que estamos tan circunscritos a nuestro pequeño
yo limitado por un cuerpo, nos será mucho más fácil abrirnos a la comunión
con todo lo existente, pues podremos considerarlo como una extensión de
nosotros mismos, y por tanto tan digno de amor y consideración como puedan
serlo nuestros propios cuerpos.
Esto tiene mucho que ver con la felicidad, pues si considero a esta como
algo que tiene que ser «mío», algo que tengo que poseer y retener dentro de
los confines de mi cuerpo, contradigo una de las premisas fundamentales de
la existencia, con lo cual estoy funcionando contra natura y no puedo ser feliz:
estoy contradiciendo la premisa del «todo es uno», todo se influye, todo es una
extensión de la misma Consciencia. Si me considero aislado, me considero como
una burbuja dentro de la Consciencia. Y siendo los atributos de la Consciencia,
siempre se han descrito así, la Luz, el Amor, la Sabiduría, la Paz, el Gozo y la
Completitud, no pueden ser míos esos atributos si considero que soy esa burbuja.
Así pues, ábrame al océano todo, porque soy gota sí, pero indistinguible del
océano por el mismo hecho de ser gota. Si quiero ir «por mi cuenta», me
sentiré solo y pronto me «evaporaré». Así pues, concédaseme la empatía
con todo lo existente y permítaseme amarlo como a una parte más de mí
mismo. Y permítaseme experimentar la inefable plenitud que resulta de ello.
Gracias.
Fuente: Francesc Prims