El trabajo con
la sombra en la
relación de pareja
¿Qué es en realidad “la sombra de la pareja”?
Los elementos de la sombra son aquellos aspectos o cualidades
nuestras que están “guardadas” en nuestro inconsciente y que, por no
estar reconocidas, proyectamos en otros tanto a nivel personal como a
nivel colectivo. La proyección nos crea la falsa ilusión de que esos
elementos o aspectos de nuestra personalidad en realidad no nos pertenecen.
Evidentemente, y como bien sabemos, en las relaciones íntimas estos
aspectos emergen con más fuerza que en ningún otro contexto.
En este sentido, lo importante es comunicar a nuestra pareja lo que emerge,
de forma clara y sincera, de forma no defensiva, intentando abrirnos a
nuestra vulnerabilidad y nuestra transparencia. Si queremos madurar
como personas y llegar a una relación de intimidad madura, es vital trabajar
juntos con nuestras sombras desde la compasión, la confianza e
integración mutuas. De este forma podemos ir aceptando, amando y
transformando progresivamente las sombras que aparecen en el camino de la pareja.
La sombra en la pareja suele manifestarse en muchas ocasiones
como “contaminación emocional”. Dicho término se refiere a la actitud
o estado por el cual solemos lanzar al exterior nuestras “basuras
emocionales”, sin tener en cuenta el impacto que van a tener en el clima
emocional del conjunto. Cuando olvidamos la regla de Aristóteles:
“Expresar lo que sentimos a la persona adecuada, en el momento adecuado,
con el propósito justo y de la forma correcta”, solemos enfadarnos
descargando la tensión emocional de forma incorrecta con aquellas
personas con las que tenemos una relación de intimidad.
Podemos concluir afirmando que lo que ocurre en una relación de pareja
duradera es responsabilidad compartida al cincuenta por ciento por cada uno.
La pareja es el lugar de la intimidad, es donde aparecemos como somos,
con todas nuestras carencias y nuestros anhelos; con nuestras luces
y nuestras sombras. Lo que aprendimos de pequeños con nuestras
primeras figuras de apego sobre la intimidad,
se reproduce en la relación de pareja tal cual.
El conflicto como oportunidad
Cada conflicto de pareja es una gran oportunidad para ser más
libre, así como para hacerse cargo de uno mismo, a la vez que
soltamos expectativas “infantiles”, haciéndonos más adultos, más
autónomos, permitiendo así a la pareja adquirir un mayor despliegue.
Los conflictos, pues, son oportunidades de crecimiento y sólo la
convivencia va a hacer aflorar estos conflictos.
La mayoría de las parejas eluden los conflictos, no los resuelven, o
los ven como algo muy negativo. Algunas los dejan sin resolver y otras
quizás optan por un bypass, tratando de taparlos. A menudo, en las
primeras fases de una relación de pareja, tras la etapa del enamoramiento,
los conflictos aparecen con gran virulencia erosionando la relación.
Hay acusaciones mutuas, culpabilización e indignación. En estos casos,
pareciera que tener la razón es más importante que ser felices.
Sin embargo, a medida que vamos madurando e invirtiendo en
nuestro propio desarrollo y autoconocimiento, podemos comenzar a vivir
las relaciones de pareja de forma diferente, y entonces incluso al conflicto
se le da la bienvenida, pues su presencia permite crecer y prosperar en
intimidad profunda. Ambos miembros de la pareja están presentes con la
llamada “sombra”, por lo que la relación se va haciendo más honda.
Cada ser humano es un universo. Amar es desear lo mejor para el otro,
aun cuando tenga motivaciones muy distintas. Amar es permitir que el
otro sea feliz, aun cuando los caminos sean diferentes; se trata de un
sentimiento desinteresado que nace del donarse o darse por completo
desde el corazón. Desde esta perspectiva, el amor no puede ser causa
de sufrimiento. Cuando una persona dice que ha sufrido por amor, en realidad
ha sufrido por querer, no por amar. Se sufre por apegos insanos. Si realmente
se ama, no se puede sufrir, pues nada se ha esperado del otro. Pero es
cierto también que esta entrega, este darse desinteresado, solo se da en
el conocimiento. Solo podemos amar lo que conocemos, porque amar
implica tirarse al vacío, confiar la vida y el alma. Y el alma no se
indemniza. Conocerse es justamente saber de uno mismo y del otro,
de sus alegrías, de su paz, pero también de sus enojos, de sus luchas,…
Porque el amor trasciende el enojo, la lucha, el error y no se produce solo
en momentos de alegría. Amar es darle al otro un lugar en mi corazón para
que se quede como amigo, pareja,…y saber que en el suyo hay un lugar
para mí. Dar amor no agota el amor, por el contrario: lo aumenta. La
manera de devolver tanto amor, es abrir el corazón y dejarse amar.
“Ya entendí” – dijo la rosa. -” No lo entiendas, vívelo” -dijo el Principito.
En determinados momentos, sentimos miedo a amar; y en otros, nos
conformamos con la resignación. Amar es en realidad el gran viaje de
nuestra vida, un viaje en el que es necesario estar dispuesto a perderse
para re encontrarse, e incluso a irse para no asfixiarse.
Perdemos muchas cosas por el miedo a perder. En todas las historias
de amor existen en el fondo el miedo a la partida, al final y al adiós,
el miedo a la pérdida, al abandono y al rechazo.
¿Qué hacer con todo ello?
Observarlo y darnos cuenta de que esas emociones habitan
en nosotros, y desde ahí trabajar en nuestro desarrollo, en el desarrollo
de la confianza hacia la vida y el cultivo de nuestro ser esencial, ese que
nunca ha nacido y que nunca morirá.
El miedo es la otra cara del amor, el miedo es el temor del amor.
Nos asusta el amor, pues el amor nos exige todo lo que somos.
¿Estás pues dispuesto/a a embarcarte en tal viaje?
Fuente: www.escuelatranspersonal.com