Rutinas que te asfixian,
temores que te encarcelan
Las rutinas protegen, tanto, que a veces pueden convertirse en
una verdadera cárcel. Establecerlas nos evita tomar cientos de
decisiones diarias, que deberíamos adoptar si ya no tuviéramos
establecidas unas costumbres fijas. Pero también nos instalan
en una forma de hacer, que se traduce en un esquema de
pensamientos y de sentimientos que no cambian.
El precio de las rutinas puede ser muy alto. Sí: son necesarias:
una manera práctica de manejar la vida cotidiana. Pero al mismo
tiempo y de manera imperceptible, se convierten en una forma
de vida en la que te refugias y comienzas a tener miedo del cambio.
“No son los males violentos los que nos marcan,
sino los males sordos, los insistentes,
los tolerables, aquellos que forman
parte de nuestra rutina y nos minan
meticulosamente como el tiempo.”
Emil Cioran
Es usual encontrarnos con personas que viven sumergidas en
una rutina, pero reniegan de ella todo el tiempo. Suspiran, se
toman la cabeza y dicen que están aburridas porque todo es siempre
igual. Sin embargo, tampoco sienten que tengan la
fuerza para decir “basta”. Así, para vencer la dictadura de las
rutinas es necesaria una buena dosis de valor. Además, es
imprescindible una motivación importante y la suficiente confianza
en uno mismo como para ser capaces de romper el esquema
y adentrarnos en el camino de lo incierto.
El efecto ensordecedor
de las rutinas
Lo peor de establecer rutinas y mantenerlas es que vas insensibilizándote,
sin que lo notes. No es que dejes de sentir, sino que terminas
encasillando lo que sientes. Comienzas a tener la percepción de que
todo aquello que no es familiar, resulta peligroso. Lo nuevo, lo diferente,
se convierten en una especie de amenaza.
La rutina es un andamiaje compuesto por muchísimas piezas.
Comprende desde la forma como manejas tus horarios habituales
y llega a abarcar toda tu concepción acerca del mundo. Terminas
creyendo que debes sentir, pensar y actuar de un solo modo. Que
ya comprendes toda la realidad y que sobran las preguntas.
La rutina merma tu curiosidad, disminuye tu capacidad de sorpresa.
Pero, sobre todo, te vuelve sordo y ciego a tus propias potencialidades.
Terminas creyendo que haces solo lo que puedes hacer y que te
sería imposible actuar o vivir de otra manera.
El resultado es un cierto estado de amodorramiento. Con la rutina
vives en función de “cumplir” y no de evolucionar o de ser feliz. Y,
lo peor: comienzas a ver la rutina como tu gran logro y sientes
miedo de todo lo que pueda alterarla.
El miedo a cambiar.
La resistencia al cambio
Vivir con pasión es un verdadero don, que muchos no pueden,
o no quieren, disfrutar. Significa sentir un genuino interés por el
trabajo que se desarrolla. Auténtico amor por las personas
con las que uno se relaciona. Verdadero entusiasmo frente a
los planes para el futuro y a todo lo que está por hacer.
¿Por qué entonces tantas personas ven pasar la vida frente
a sus ojos y tratan más bien de “quemar tiempo”, en lugar de
vivir intensamente? La respuesta solo puede ser una: es el
miedo el que encarcela en rutinas que sirven como coraza.
Les evita probarse frente a lo nuevo, a lo desconocido, a lo desafiante.
El cambio es eso: un desafío. A los convencionalismos, a las
costumbres, a la seguridad que nos produce hacer lo mismo una
y otra vez para no tener que pensar demasiado. Aún cuando la
rutina está plagada de situaciones que son desagradables, muchos
la toleran porque es mayor el miedo a cambiar. Eso supondría
salir de su zona de confort y tener que agudizar sus capacidades
para encarar situaciones desconocidas.
¿Cómo vencer el miedo
a salir de las rutinas?
Cada persona debería estar haciendo lo que quiere hacer, del
modo en el que quiere hacerlo, con quien quiera y donde quiera.
Nadie tendría por qué resignarse a trabajar o vivir como no
quiere, simplemente por temor al cambio.
Por supuesto, nadie puede mandar al cuerno todo de un día
para otro. Bueno, en realidad sí se puede, pero quizás muchos
necesiten de un proceso más pausado para lograrlo. Lo
cierto es que no siempre conviene romper con todo, sino
que basta con recuperar algunos espacios para ser uno
mismo. ¿Cómo empezar? ¿Qué hacer para
salir de esas rutinas que encarcelan?
Saca tiempo para ti. Por más exigente o importante que sea
tu trabajo, nunca puede ser más importante que tú mismo.
Hay una parte de tu tiempo que te debes dedicar exclusivamente
a ti. Son esas parcelas de la vida en donde te debes enfocar
solamente en hacer lo que verdaderamente quieres: dormir,
comer, bailar, lo que sea. Lo importante es que sientas que
estás haciendo única y exclusivamente lo que te provoca hacer.
Tienes que jugar. El juego jamás debe ser erradicado. El juego
entendido como diversión, es un espacio de libertad por
excelencia. En el juego te re-creas, vuelves a construir nuevos
significados para lo que eres. Juega a las cartas, juega
baloncesto, juega lo que quieras, pero juega. Ojo: no mires
jugar a otros. De lo que se trata es de que uno sea el jugador.
No pierdas contacto con la naturaleza. La naturaleza ejerce un
efecto sumamente positivo sobre las emociones y el pensamiento.
Así que es muy importante que busques la forma de estar en
contacto con el verde de las plantas y con la particular forma
de interactuar que tienen los animales. La naturaleza nos
ayuda a conectarnos con nosotros mismos y esto, a su
vez, nos permite reconocer los cambios que necesitamos implementar.
Fuente: www.cosmoplug.com