EL MIEDO
Y
LA ABEJA
Quiero contaros algo que me sucedió este verano
durante mi estancia en el retiro intensivo de ‘Arun
Tacto Consciente’ en Almería.
A veces la vida te habla de formas tan distintas que
depende de donde tengas puesta tu atención la
oyes…, o no. Pero claramente siempre te habla…, es
cierto que la circunstancia en la que me encontraba,
después de días intensivos de meditación a través del
tacto y liberación emocional, desarrollaron en mí una
escucha presente y silenciosa que mantenía mi atención
enfocada justo en el único momento que importa:
EL PRESENTE.
Mi mente se encontraba tranquila, observando el
vaivén de mis pensamientos, los cuales habían ido
bajando de intensidad y a menudo parecían ya de ‘otro’…
Había espacio en mí, mi cuerpo estaba ligero, cómoda
en mi piel, me acompaña una sensación de vacío que
lejos de asustarme me asombraba por su cualidad de paz
y su ligereza, era como si algo me moviera
sin ninguna voluntad por mi parte.
Los días pasaban, y también es verdad que la experiencia
traía todo tipo de sensaciones, paz, alegría, gratitud, tristeza,
angustia y dolor…todo estaba perfectamente sucediendo…,
y el denominador común de todo era un estado de percepción
desapegado y entregado, como si hubiera un testigo sentado
encima de mi cabeza que tenía el poder de dejarme ver cómo
todo acontecía en mí y cómo todo se iba sin dejar rastro.
Era principio de septiembre en la sierra de Almería,
si bien el calor nos había dado una tregua, los días seguían siendo
largos y la vida seguía su ciclo natural propio de esa estación
del año. Así que nos acompañaban en la hora de la comida, en
un espacio exterior, todo tipo de insectos voladores que danzaban
libremente a nuestro alrededor, moscas, mosquitos, y sobre todo abejas…
Desde pequeña sentía un pánico aterrador hacia las abejas.
Creo que algo en mi inconsciente se grabó cuando a los 7 años
de edad más o menos fui de vacaciones al pueblo de mi padre.
Nos alojábamos en la casa de unos amigos de la familia,
y al llegar salieron a recibirnos. Recuerdo la imagen de un niño
con el ojo como una pelota de ping pong por la picadura de una abeja.
No podía abrir el ojo, estaba inflamadísimo y se quejaba mucho.
Tal fue el impacto que, desde entonces y sin haberme picado
ninguna, cada vez que se acercaba alguna saltaba tres
metros o salía corriendo en dirección opuesta.
El caso es que, con el tiempo, ese pánico fue perdiendo
fuerza, pero aun así algo en mi cuerpo reaccionaba ante ellas,
era completamente instintivo. Como si esa memoria me
alertara de un peligro desconocido, y esa es la paradoja.
¿Cómo puedes tenerle miedo a algo que desconoces?
Pues bien, un día a la hora de la comida compartía
mesa con algunos compañeros del grupo. La chica que
estaba sentada enfrente mío me reflejaba justo lo
contrario, las abejas revoloteaban alrededor de ella,
entre su pelo, se paraban en su mano, y ella simplemente
las acompañaba a irse. Yo miraba entre admiración y perplejidad,
mi miedo no me permitía comportarme con semejante naturalidad.
Al fin una se paró en la jarra de agua con la mala fortuna
que cayó dentro, mientras empezaba a ahogarse, la chica en
cuestión se apresuró a rescatarla con una cuchara. Yo estaba
justo delante mientras la sacaba y no pude evitar retirarme
bruscamente de la mesa mientras le gritaba: – ¡Te va a picar!
¡Te va a picar! – ella me miró extrañada y con dulzura acompañó
al bichito hasta una piedra al sol para que volviera a volar. Y voló…
Así me di cuenta de cómo el miedo es la consecuencia de
una ‘idea siempre mental’, de algo que nunca me ocurrió
directamente pero que podría ocurrir. Sin embargo no estaba ocurriendo…
Media hora más tarde habíamos quedado en el aparcamiento
para marcharnos a Almería capital dirección a unos baños árabes,
teníamos la tarde libre, y el grupo se estaba distribuyendo entre los coches.
Yo me encontraba charlado con otra compañera, tranquilamente,
inmóvil, con la mano izquierda en el bolsillo del pantalón y la derecha
apoyada en mi cadera. De repente, y sin esperarlo, sentí un picotazo
que duró unos segundos, como si algo se clavara en mi dedo meñique
de la mano derecha, muy intenso y a la vez tirante. Hice un gesto de
aspaviento con la mano, y ahí vi como salía disparada una abeja ya sin
su aguijón. Lo había depositado en mi dedo. Los minutos que siguieron
fueron de sorpresa y confusión por mi parte, me había picado, y no
sabía cómo reaccionar, de repente alguien me quitó el aguijón, dolía,
me quedé quieta sin saber qué hacer mientras otra compañera corría
a por barro…, la compañera con la que hablaba me untaba esencia
de auro-soma…, todo a mi alrededor se movía, pero yo solo sentía
que dolía…, y no pasaba nada más.
Desde el espacio de paz interior en el que me encontraba puede ver
cómo funciona el miedo en algo tan simple como que te pique
una abeja por primera vez.
Todos estos años teniéndole miedo a algo que solo duele, y que
como todo tal y como viene…se va.
Nunca el dolor fue tan intenso como el miedo a tenerlo.
Me pregunté con cuántas cosas hago eso en mi vida, y algo
en mi interior hizo un ‘clic’ que me permitió vivir con libertad ese
proceso que duró dos o tres días, desde que el dedo se inflamó
hasta volver a su estado habitual, presente y sin perderme ni un instante.
La vida tan sabia hablándome a través de una abeja,
para comprender la naturaleza del miedo, un miedo que
siempre es producto de un estado mental de proyecciones y
que como tales nunca puedes afrontar, solo puedes afrontar el
momento PRESENTE. Y es ahí donde la vida despliega su
magia, ese es el único momento y el único lugar en el que
puedes dejar que te hable…y aprender a escucharla.
Desde aquí gracias a esa abeja que dio su vida para que
yo hoy sea un poco más libre del miedo.
Marta Valadés
Fuente: www.proyectolibremente.com